Cuando una sociedad experimenta mutaciones importantes en su seno sean de orden histórico o de otra índole podemos decir que ésta se encuentra en crisis. Obvia decir que hoy nos encontramos ante una de las crisis económicas más duras a la que nuestro país ha tenido que hacer frente nunca. No insistiré en las características de ésta sino en lo que la rodea; efectos unos derivados de aquélla, sin duda, pero otros que no tienen relación alguna.
Así, hoy nuestra sociedad sufre al mismo tiempo una crisis de valores de todo tipo que repercuten de lleno en el devenir de nuestras vidas, y lo que es peor, acompañada de un ” relativismo” que alcanza cotas insospechadas. Un acto es bueno o malo según el grado de influencia que ejerza en nuestras vidas. Según nos convenga, vaya. ¿Dónde queda la moral?
Así, movimientos sociales que tienen sus fundamentos en nuestra sociedad cristiana no ven mal atentar al derecho a nacer del “nasciturus” si con eso obtienen réditos electorales a pesar de suponer su actitud un engaño flagrante a sus seguidores. ¿Dónde queda el honor de la palabra? y ¿Dónde el de las convicciones?
Así, conceptos como la honestidad u honradez son puestos en entredicho hasta por personas cabalmente tenidas como respetables. Una mera lectura de aquellos utilizadores de tarjetas de banco fraudulentas nos llena de sorpresas y desengaños.
Así, conceptos como la lealtad a principios que se han jurado son contemplados a tenor de las circunstancias y de la propia conveniencia personal. ¿Qué valor tiene el honor?
Así, conceptos que son depositarios de la historia y por el que tanta sangre se vertió en el pasado son simplemente contemplados como cosa intrascendente.
La unidad de España no es cuestión derivada de conceptos políticos sino de un quehacer histórico de muchas generaciones pero hoy son pocos los que realmente apostarían hasta el final por ella. Lo vemos todos los días en la defensa paupérrima que de su integridad se hace.
Estratos sociales en Cataluña o País Vasco se adaptan con mansedumbre a dictados nacionalistas con una facilidad pasmosa. Hoy cuando veo a los hijos y nietos de murcianos o gallegos acampar en la Plaza de Cataluña, defendiendo los postulados secesionistas, la conciencia se me nubla por la incomprensión. También es esta una situación relativista. Por completo.
Cuando vemos también personas tenidas como referencias vitales de nuestro sistema democrático – para qué nombrarlos – no han sido otra cosa que lo que el vulgo denomina como “chorizos” la confianza en este sistema se tambalea.
Ante todo lo descrito sólo cabe pensar que nos encontramos ante una sociedad verdaderamente deteriorada hasta extremos sumamente preocupantes.
No es por tanto de extrañar que surjan movimientos sociales regeneradores de importancia llamados a tener un protagonismo creciente en nuestro mediato futuro y con el que yo comulgo en muchos aspectos. Lástima que su versión regeneradora que contempla principios sociales aceptables y comprensibles se alejen de postulados humanistas en aspectos claves de la esencia cristiana. Somos muchos los españoles que no encontramos ese cauce. Tal vez porque quienes deberían propiciarlo bastante tienen con sacar adelante su vida como buenamente pueden. El activismo lo ejercen otros que seguramente padecen los mismos problemas pero que están más concienciados con el presente.
Nos proclaman con insistencia que estamos en el camino acertado para salir de la crisis económica. Nos lo dicen y repiten; sin embargo las cifras del paro siguen ahí inalterables y la diáspora de nuestros jóvenes es creciente. Cada uno ve las cosas según le van o como decía Ortega cada uno es “el yo y su circunstancia” y de ahí probablemente el pesimismo que exhala de estas líneas. Cuando veo , en mi caso específico, que seguramente no diferirá del de muchos, familiares jóvenes en Los EEUU, Inglaterra, Suiza, Luxemburgo, Dubái, Chile o Italia difícilmente se pueden creer la palabras de esos profetas de las tarjetas, comisiones, relativistas en el cumplimiento de sus juramentos… etc.
Si, España se encuentra en una crisis económica de envergadura pero también en una más grave: crisis de valores permanentes. Uno no sabe que es peor.
No obstante, acudiendo a la historia se constata como hubo épocas peores. Sin ir más lejos en el siglo XIX empezando por la propia guerra contra el invasor francés, las tres guerras carlistas o la crisis del 98 acabando en la tragedia de la guerra civil del 36, vemos periodos convulsos y turbulentos ciertamente más graves que los presentes.
España supo superarlos y los españoles llegado el caso supieron hacerles frente con éxito. En el momento oportuno surgieron personalidades brillantes que obviaron a los mediocres una y otra vez. Hay que apelar al optimismo y pensar que en esta ocasión surgirán de nuevo y sacarán al españolito de a pie de la confusión en que se encuentra actualmente.
Y si no fuera así, sálvese quien pueda.
Fuente : Republica