Dos golpes en mi puerta me han impulsado a coger nuevamente el teclado para reflexionar sobre la UME. El primero fue la Orden DEF 896/2013, de 16 de mayo, por la que se modifica la estructura básica, el despliegue, el encuadramiento y funcionamiento de la Unidad Militar de Emergencias (UME), regulados por varias disposiciones anteriores. El segundo fue un interesante comentario sobre ese asunto, del subteniente Fernando Mogaburo, que entró tardíamente en un post anterior y no fue objeto de discusión. Tal comentario, con autorización del autor, se transcribe y encabeza los de este post. También el general Esteban Verástegui, entre tiro y tiro, confesaba últimamente, más bien a su pesar, que “la UME es la única unidad militar (aunque a mí personalmente no me gusta este carácter………. pero los vientos soplan de donde soplan y va a ser difícil que cambien) que goza de determinada visibilidad aunque evidentemente desarrollando actividades que al menos desde mi perspectiva tienen poco que ver con la milicia”.
Es una pena que revistas, páginas y digitales —incluyendo muchos de los supuestamente especializados en defensa y seguridad— no lleguen al fondo de las cosas y frecuentemente se queden en su simple descripción. Porque aquella Orden Ministerial no es una más. No es adjetiva, es sustantiva. No se asuste el lector que no voy a entrar en los mínimos detalles. Pero es importante entender que la nueva normativa nace de la experiencia adquirida. Es decir, de una necesidad contrastada con la realidad. Y establece un sustancial incremento de las capacidades de la unidad, mucho más allá de las “tradicionales” de intervención en emergencias naturales. Un incremento capital que pivota sobre dos bases. Por un lado, se refuerzan las capacidades de mando y control (batallón de transmisiones). Hasta tal punto que permitirán ahora a la UME, en su caso, asumir la dirección operativa completa, incluyendo la protección civil, en catástrofes a nivel nacional. Y, por el otro, el impulso a sus capacidades de actuación frente a los riesgos tecnológicos (refinerías, vertidos, químicos, etc), que hoy suponen una verdadera amenaza para la población civil, mediante el grupo de intervención en emergencias tecnológicas y medioambientales.
Otro aspecto, de fundamento más puntual y orgánico, es la figura del 2º jefe de la UME. Hasta ahora la normativa hablaba de uno o varios adjuntos lo que al ser una cortina de humo, también suponía una potencial fuente de conflictos internos en la siempre compleja distribución del “pastel”” entre los distintos Ejércitos. Con la nueva figura, además, se cierra el camino a convertir la UME en una especie de recipiente para situar a oficiales generales excedentes de plantilla. El jefe, lógicamente, será siempre del Ejército de Tierra, y el 2º jefe de cualquiera de los dos ejércitos o la armada. Se despeja asimismo cierta nebulosa anterior con la inclusión dentro de los batallones, de unidades de policía militar cuyos integrantes tendrán carácter de agentes de la autoridad. Lo serán en el día a día y, naturalmente, durante las intervenciones de su unidad. Por otra parte, una vez desarrollado todo lo anterior, convendría abordar la correspondiente regulación para instrumentar la proyección exterior de la Unidad Militar de Emergencias.
Tal y como se ha venido defendiendo desde esta página, la UME sigue adelante. Con el nuevo y gran impulso de la Orden DEF 896/2013, de 16 de mayo, se consolida plenamente. Tanto como instrumento a nivel nacional como, potencialmente, de acción exterior, en beneficio de todo el estado y sus ciudadanos. Éstos perciben la utilidad —para su vida cotidiana y su seguridad frente a emergencias— de una unidad que, al ser militar, se potencia y beneficia en su trabajo de esos rasgos de unidad, jerarquía y disciplina característicos de la organización militar. Por eso frente a críticas irreductibles hacia la Unidad, ahí está la realidad de su éxito: se potencia aquello que se percibe útil. Algo tan sencillo de entender que no se comprende cómo algunos responsables militares, de ahora y de antes (lo certifico), no tomaron buena nota. Parafraseando aquél brillante eslogan de 1992, en la campaña que llevó a Bill Clinton a la presidencia de EE UU: ¡ES LA UTILIDAD… ESTÚPIDO!
Fuente : Pitarch