La aprobación, esta mañana, de la Ley Orgánica de la Abdicación del Rey por el congreso de los diputados, encarrila definitivamente el proceso de sucesión constitucional de la Corona. Esto “canta” a fin de ciclo. Aunque no sé si estamos en el principio del fin o en el fin del principio. Ante la relativa facilidad con la que son asimilados grandes acontecimientos sobrevenidos, tanto en el plano internacional como el doméstico, uno se plantea si la mayor característica del nuevo periodo va a ser o no la normalización de lo excepcional. Eso mientras el cuerpo aguante. El paso del tiempo nos dirá cual es el verdadero calado de tanta movida.
La sorprendente abdicación del Rey hay que inscribirla en esa falla. Es el último de los grandes hechos de nuestros días que ha pulverizado esa idea, insistida por el propio monarca y su entorno, según la cual la abdicación estaba descartada. Aunque, como dice Antonio Burgos ( http://www.antonioburgos.com/abc/2014/06/re060914.html ) parezca ahora que solamente él mismo, Alfonso Ussía y un servidor éramos los únicos españoles que a los que el Rey no había comunicado que iba a abdicar en este momento. ¿Y por qué ahora? En medios y tertulias se han desmadrado en las respuestas. Que si motivos de salud; que si la Corona estaba desangrándose en aceptación popular; que si por amor; que si para hacerlo en el poco tiempo que le queda al actual Secretario General del PSOE; que si uncirse al carro del cambio a mejor del ciclo económico; que si aprovechar la actual mayoría parlamentaria ante la incertidumbre del resultado de las generales de 2015; que si así se disminuiría algo el efecto negativo de la posible sentada en el banquillo de «Undangarín y Cía» (que con un nuevo Rey ya no serán miembros de la Familia Real), y qué sé yo más.
Incluso se ha dicho que era el mejor momento para, altruistamente, dar paso a una nueva generación. “Qué generosidad” decía jocosamente uno en una red social, añadiendo que “más generoso hubiera sido abdicar en él mismo que ni es familia del Rey ni tan siquiera monárquico”. En fin, es la típica situación en la que casi todos llevan algo de razón. Porque en los procesos complejos no existen razones ni excluyentes ni mono-causales. Las cosas pasan por múltiples causas. Y, seguramente, todas esas y algunas más entran en la fórmula que ha determinado que, a la voz de ¡ya!, se haya dado carpetazo urgente al reinado de don Juan Carlos I.
El escenario nacional con el que se anuncian los nuevos tiempos es bien complejo. Deliberadamente voy a resistirme a la tentación de “elaborar” sobre tal escenario. Lo dejo para un post posterior, quizás coincidiendo con la entronización de don Felipe. Aunque ya adelanto lo obvio: el panorama de partida no parece bueno; son demasiados los retos y las incógnitas, y demasiado peligrosos, como para no tenerlos en consideración. Pero resulta tremendamente empalagosa la machaconería con la que algunos medios y “expertos” se afanan en glosar sin mesura, las supuestas cualidades del Rey “in pectore”. Nos bombardean con su superior conocimiento de lo divino y lo humano, su insuperable preparación humanística, su inalcanzable calidad como militar y así todo tipo de excelsas virtudes y capacidades que, de ser ciertas, aconsejarían titular al nuevo Rey no como Felipe VI sino como Supermán II. La verdad, tales excesos verbales producen descrédito en quien los vocea y no prestigian al glorificado.
Porque yo veo a don Felipe como un hombre asentado, de 46 años, casado y con dos hijas, juicioso, cabal, con un especial entrenamiento para su futura labor, y con una buena preparación general (como la de tantos miles de universitarios de su edad). Es, en suma, un hombre de su tiempo. La sangre y la política le han puesto donde está y, con ese bagaje, lo quiera o no, debe tirar para delante. Tiene, en resumen, buenos talentos para ser Rey. Deseo que lo sea por el bien de España y los españoles. Las páginas de su Historia están por escribir. Es una nueva imagen para un nuevo ciclo. Veremos cuánto dura. Buena señal sería que fuera un ciclo muy largo…
Fuente : Pitarch