La última guardia

SPTroopsAfganCuando en el campamento Ricketts ya no quedaba ninguna tienda de campaña en pie, ni aparatos de calefacción, ni cocina, y los generadores también habían sido desconectados y ya no había electricidad en la base más allá del puesto de mando, empezó a nevar. Y la situación de los soldados españoles se hizo aún más miserable si cabe de lo que ya lo era el día antes.

«Mucho, mucho frío. Y mucho trabajo, y muchas guardias«, el soldado Pedroche, de 22 años, resumió así, con todos esos «muchos» y cara desencajada, lo que suponía estar allí, en el puesto avanzado de combate de Moqur, en el noroeste de Afganistán, donde aún quedaba mucho que hacer para finalizar el repliegue, y poco para sobrevivir.

Otros soldados se aventuraron a asegurar que aquel era el día más frío de todo el invierno en aquella localidad afgana. O al menos, la jornada que ellos más frío habían pasado porque antes podían secarse las botas si las tenían mojadas o ponerse bajo techado si nevaba. Pero ahora, ¿dónde?

A mediodía algunos militares se metieron a almorzar su ración de comida empaquetada en el almacén de la cocina, que era una de las pocas construcciones del campamento que no había sido desmontada. Y otros se refugiaron en las cuevas excavadas en las antiguas fortificaciones de la base, que en el pasado fue un fuerte inglés.

‘Tangos’ y ‘Romeos’

«Decimos que los Tangos son el infierno, y los Romeo, el cielo», una soldado definió de esta manera cómo eran los puestos de vigilancia desde donde los militares debían hacer guardia en la base. Según todos, eso es lo que les machacaba más: las guardias tras todo un día de trabajo. Los Tangos eran las torres de vigilancia del campamento, situadas en su perímetro. Por eso, por la «t» de «torre». Y los Romeo,vehículos RG-31, colocados en una especie de «rampas» desde donde se podía observar el exterior del campamento. Dentro de los vehículos había calefacción y se estaba calentito.

«Al menos no hace aire«, el soldado Suárez intentó animar a su compañero, el soldado Rojas, que a las siete y media de la tarde empezó su turno de guardia y, por mala suerte, le tocó en uno de los Tangos. Arriba, en la torre, la oscuridad era absoluta, y el frío, intenso, que se calaba en los huesos. «Hacer guardia al menos te da mucho tiempo para pensar«, comentó Rojas intentando ser positivo.

«Yo pienso en lo que voy a hacer cuando vuelva a casa, en España«.

La guardia de las siete y media de la tarde del 8 de marzo hasta las siete y media de la mañana del día siguiente fue la última de los soldados españoles en el campamento Ricketts. El día 9 todos se trasladaron a la base española de Qala-e-now, en la capital de la provincia de Badghis, tras un acto oficial en recuerdo a los caídos.

«¿Hay que afeitarse mañana para el acto?«, preguntó un soldado de los que hizo la última guardia. «El sargento ha dicho que sí«, contestó otro. «¿Pero cómo nos vamos a afeitar, si no tenemos nada?«. Las cañerías de la base se congelaron a causa del frío. Los lavabos se quedaron sin agua, casi impracticables, y el agua embotellada, apilada en palés, también se convirtió en puro hielo.

Fuente: El Mundo