Desde que hace algo más de un año comencé esta batalla he recibido muchos insultos, calumnias, injurias o difamaciones. Podríamos dedicar una entrada muy extensa a relatarlas pero poco o nada se ganaría con ello.
En general, la mayoría de las críticas se han basado en el talante progresista y democrático de las propuestas realizadas, las cuales para muchos son propias de rojos, bolcheviques, perroflautas, comunistas y demás gentuza (entre la que me incluyo con orgullo). Otras críticas se han cimentado en lo poco machote que soy (una maricona según muchos, orgulloso también), en lo terriblemente mal militar que he sido (curiosa afirmación cuando tenía unas altas calificaciones hasta denunciar), en supuestas investigaciones por acoso o, sencillamente, en que no era un militar de verdad (parece ser que hay un militrómetro que mide el tamaño de la vocación).
La realidad es que no me ofende en ningún caso y bajo ningún concepto ninguna de estas etiquetas o calificativos, ni tan siquiera los considero un insulto. Me parece que descalifican más al que las emite que al que las escucha. Da exactamente igual si soy republicano o monárquico, progresista o conservador, antimilitarista o militarista, comunista o fascista, independentista o unionista… porque lo importante es lo que propongo y no la ideología con la que me sienta más cómodo.
Como es lógico, en esa mentalidad tan vanguardista, tener charlas o reuniones con independentistas, antimilitaristas, republicanos o comunistas (reuniones muy enriquecedoras, esa es la verdad) no mejoró en absoluto la situación, pues lo que los críticos entienden por democracia es negar el diálogo y la discusión. Tampoco ayudó que partidos como Podemos e IU apoyasen la causa (les estoy muy agradecido), mientras el PP o el PSOE (sí, el que ha fichado a Zaida) se mantuviesen en silencio cómplice (terrible que PP o PSOE no quieran debatir ni saber de forma oficial lo que pasa en las Fuerzas Armadas).
Lo cierto es que las propuestas realizadas han sido mucho mejor acogidas por los peligrosos perroflauta que por los sectores más conservadores o el bipartidismo (sobre todo, porque siempre actuaron de forma conjunta en Defensa).
¿En qué consisten esas propuestas que pretenden romper el ejército y terminar con él?
Una auditoría externa
No cabe la menor duda que realizar una auditoría externa, pública e independiente para conocer el gasto en las Fuerzas Armadas no puede ser calificada de otra forma que no sea como una medida antisistema.
Externalización del control del gasto
No menos revolucionaria resulta la ocurrencia de pretender que sea el ministerio de Hacienda el que audite, anualmente, el gasto realizado en las Fuerzas Armadas en lugar de realizar dicho control militares subordinados y jerarquizados. Implementar esta medida podría suponer el caos absoluto en el ejército.
Independencia judicial
Pretender que la justicia militar desaparezca (como sucede en Alemania) o vea sus cometidos reducidos (tal y como ocurre en gran parte de Europa siguiendo la tendencia internacional: UE, ONU, etc.) es una propuesta que atenta directamente contra los valores castrenses y podría poner en peligro a los que Alfonso Ussía calificaba como los Guardianes de la Patria (¿no suena a película de ciencia ficción?).
Desmilitarización de la Guardia Civil
Ni que decir tiene que desmilitarizar la Guardia Civil sería un ataque a la bandera, a la nación, a la monarquía y es muy probable que jamás se recuperase España de semejante golpe (conste que ya lo prometió Felipe González, aunque luego lo incumplió). Pero, ¿qué significa que se desmilitarice la Guardia Civil? Pues, esencialmente, que los ascensos dejen de depender del ministerio de Defensa, órgano al que debe de investigar en caso necesario y dependa en exclusiva del ministerio del Interior. ¡Vaya revolución!
Libertad de expresión y fin de las privaciones de libertad
Delirante resulta la propuesta que plantea que los militares tengan libertad de expresión para, entre otras cosas, denunciar aquello que consideren oportuno y que no afecte a la seguridad nacional (respondiendo ante la justicia ordinaria de sus propias afirmaciones, como cualquier ciudadano). Desde luego, llevar a la práctica esta medida podría suponer el fin de la disciplina y es algo que ya se puede comprobar en los cuerpos de policía o bomberos, organismos en los que reina el caos desde que existe libertad de expresión y en los que se ha detectado una falta de operatividad por el mero hecho de no poder encerrar a sus componentes en mazmorras.
Finalizar la precariedad laboral
No menos estrambótica es la propuesta de terminar con el abandono que sufren los militares de tropa una vez que cumplen los 45 años de edad (algunos 27 años de servicio) y mejorar sus condiciones laborales y económicas a cambio de aumentar sus niveles de formación en materias tan importantes como el derecho internacional o los derechos humanos. No sólo es una medida descabellada, sino que se trata de una práctica que ha hundido la operatividad de la Guardia Civil o las FCSE, donde no existen los contratos temporales.
Cambiar el modelo de carrera militar
De auténtica locura se puede calificar el pretender que los ascensos se basen en los méritos (eliminándose las calificaciones anuales), las vacantes de libre designación (a dedo) desaparezcan o la enseñanza militar sea impartida por expertos en las materias en lugar de por militares que perpetúan determinados valores y fomentan la endogamia (por no hablar del abaratamiento de costes que supondría reducir los años de formación al absorber titulados universitarios).
Revisar el gasto en armamento
Sin lugar a dudas, esta es la medida más perroflauta de todas. ¿Cómo vamos a dejar de “adquirir sistemas [de armas] que no vamos a usar, para escenarios de confrontación que no existen y con un dinero que no teníamos entonces ni ahora” (Constantino Méndez, exsecretario de Estado de Defensa de España)?
Desde luego, hay que ser un extremista radical para pretender comprar únicamente el armamento que se necesita, para los escenarios que se pueden producir y que se pueda pagar. No menos radical es pretender que ese armamento funcione y no gastar el dinero en un avión que no vuela, un submarino que no flota o un carro de combate que no dispara o para el que no hay dinero suficiente para pagar su combustible.
Llegados a este punto, insultos a un lado (aunque la mayoría no me lo parecen), ¿qué opina el PP o el PSOE? ¿qué opinan los moderados? ¿a cuáles de estas medidas se oponen? ¿qué medio de comunicación se atreve a proponer un debate serio y profundo sobre una cuestión que ya genera una deuda de 40.000 millones de euros?
El ejército de los perroflauta
Si este es el ejército de los perroflauta, no cabe duda que yo soy uno de ellos y que me siento orgulloso de ello. Si las propuestas que realizo son más propias de comunistas, bolcheviques, rojos, republicanos y demás calaña, que nadie dude que yo soy uno de ellos.
Y si el ejército que tenemos es el del PP y del PSOE y el de todos los patriotas, hacen bien en considerarme un antisistema, un radical, un traidor y un perroflauta… ¡Lo soy!