Definitivamente, la sequía presupuestaria para el adiestramiento de las unidades militares ha consolidado la ruina operativa de las Fuerzas Armadas (FAS). Cunde el pitorreo en la formación cuando se vuelve a oír eso de que todavía no se han traspasado las “líneas rojas”. Porque aunque los militares en activo no se revuelvan públicamente —y así debe ser—, que nadie piense que o son tontos o fáciles de engañar. Son, simplemente, disciplinados. Nadie mejor que cada mando sabe cuál es el verdadero estado operativo de su respectiva unidad. Y, la verdad, no parecen muy contentos con ello y, en privado, no suelen tener problemas en constatarlo. Lo más perverso es que ni al gobierno (más allá de la negación de lo evidente), ni a la facilona oposición eso parezca quitarles el sueño. Es cierto que alcanzar y mantener los imprescindibles niveles de operatividad incumbe ejecutarlo a los militares. No lo es menos que éstos no son los responsables exclusivos de aquélla. Por el contrario, son las autoridades políticas, y no los mandos militares, los responsables de controlar y exigir (en la dirección que corresponda) que las FAS mantengan un nivel de operatividad suficiente, para el cumplimiento de los cometidos asignados en la Constitución y las leyes. Desafortunadamente, gobierno y oposición a la par alivian su responsabilidad política, y/o ejecutiva y/o legislativa ocultándose bajo los faldones de la amplia levita del JEMAD como, por ejemplo, quedó bien patente en el CESEDEN, el pasado día 15, en el coloquio posterior a la mesa redonda sobre “La defensa que viene” (episodio narrado en el debate del post “FAS, CAMBIO DE PARADIGMA”del pasado 13 de octubre.).
Estoy convencido que no era su intención, pero el ministro de defensa, Sr. Morenés, pareció burlarse de las FAS cuando en entrevista a ABC, el pasado 14 de octubre, afirmaba que “la falta de adiestramiento es lo que más me preocupa (…) estamos empezando a rozar niveles de adiestramiento que hay que preservar como sea. Porque unas Fuerzas Armadas con hombres y con material, y no adiestradas, son ineficientes”. Quizás le traicionó el subconsciente recordando ese “impasible el ademán, están presentes en nuestro afán” y se quedó tan fresco. Como si la más grave enfermedad de la defensa hoy —la ruinosa operatividad de las unidades militares— simplemente le fuera tangencial. Como si no supiera que él es el primer y máximo responsable del presente desastre operativo militar, por su incapacidad para obtener los recursos que las FAS necesitan para entrenarse. Si no se lo dicen sus asesores, él, como comisionista de armamentos, debería conocer perfectamente que es la falta de dinero para grasas y combustibles, transporte, munición, etc lo que esclerotiza hoy a las FAS. Los niveles “a preservar” ya fueron perforados hace mucho tiempo. Eso lo saben bien los jefes de unidad, los estados mayores, los jefes de estado mayor y debería saberlo el Sr. Ministro. Si la operatividad de las FAS fuera realmente su primera prioridad, ya habría salido con sus maletas por las puertas del Ministerio para volver a los todavía cercanos tiempos de portafolios, antedespacho y visitas de negocios a la Dirección General de Armamento y Material (DGAM) y, especialmente, a la Subdirección General de Inspección y Servicios Técnicos. No parece de recibo mostrar tanto arte para obtener miles de millones de euros extrapresupuestarios para sistemas de armamento, y tan poco éxito para rebañar unos cientos para el adiestramiento de las unidades, que es precisamente lo que justifica todo el presupuesto de defensa. Garantizar y exigir, a nivel político, el sostenimiento de la operatividad de las FAS es, Sr. Ministro, su principal responsabilidad. Precisamente la que usted incumple permanentemente. Y eso lo sabe hasta el Nuncio. Pregúntenle si quieren.
Desgraciadamente, se podrían ilustrar casos de esa enorme falta de operatividad general, en cualquiera de los Ejércitos o la Armada (que a mi no me gusta lanzarme a la piscina sin bañador). Sin ánimo alguno de molestar a nadie, sino de ayudar a comprender el problema así como de despejar dudas, a título de ejemplo voy a poner el foco sobre una operatividad especialmente visible, crítica y fundamental para la defensa nacional: la de las unidades de vuelo del Ejército del Aire (EA). Hay que reconocer, sin duda, que algunos aviones y unidades (como se verá) pueden cumplir de forma puntual algunas misiones. Pero, por razones de seguridad —que debe primar en tiempo de paz—, el EA se ha visto forzado a mantener permanentemente el 50% de sus pilotos en tierra, sin volar. Salvo error u omisión, se exceptúan de esa limitación los del ala 43 (apagafuegos) y los del grupo 45 (aviones VIP para transporte de autoridades). Pero ni siquiera en el seno de ese 50% de pilotos que vuelan se alcanzan, de media, los niveles recomendados por la OTAN (Air Force Standard, vol III), que son de 180 horas de vuelo de entrenamiento por piloto/año para aviones “single role”, y bastantes más para los “dual role” (F-18, Eurofighter, Rafale, etc). A esas fenomenales limitaciones operativas (sin piloto no hay avión en el aire). hay que añadir las inevitables restricciones al vuelo impuestas por el mantenimiento. Son de dos tipos. Unas, por falta de piezas de repuesto, que fuerzan a colocar a aviones en AOCP (en tierra a la espera de repuestos), o a consumir reservas (cuando las haya) si no al propio canibalismo. Y otras, por la propia naturaleza preventiva del mantenimiento de las aeronaves (que se añade al mantenimiento correctivo), y que obliga a que éstas permanezcan periódica y forzosamente en tierra para revisiones programadas. (Y para los “papanatas” que a falta de razones sólidas siempre tratan de desacreditar a quien dice algo que no les conviene, otorgo paladinamente que puedo errar. A pesar de mi titulación, por el Ejército de los EE UU, como piloto de pruebas, técnico en reparaciones y oficial de mantenimiento de aeronaves, así como mis seis años de trabajo en esas funciones en un batallón de helicópteros español. Incluso más, me gustaría estar equivocado. Estoy bien dispuesto a oír con atención a quienes con datos fiables quieran y puedan seriamente rebatir los datos y el análisis).
En resumen, un análisis serio de todo lo anterior (lógicamente más largo que la síntesis expuesta en el post) me lleva a la conclusión de que a día de hoy las unidades de vuelo, consideradas en conjunto, rondarán como mucho un nivel de operatividad del 25%. Índice que lógicamente se reducirá en 2014, si no se corrige en su tramitación parlamentaria el nuevo presupuesto, que recortará en un 8% de media los gastos para operatividad (capítulo 2). Sugiero al lector, a los portavoces de defensa de los distintos grupos parlamentarios y al propio ministro de defensa, que juzguen si eso es o no haber traspasado las famosas “líneas rojas”. Y aún así, a quienes de entre los anteriores puedan honestamente creer que ese lamentable nivel de operatividad aérea, es suficiente para garantizar (en la parte correspondiente) la defensa de España, les animo a que aboguen por la supresión de la mitad del Ejército del Aire, así como de la parte proporcional de los pedidos para este Ejército en los programas especiales de armamento (PEA,s). Porque lo que sobra, si encima cuesta una millonada, debería de ser suprimido. Mira por dónde, a lo mejor van por ahí los tiros de algunos.
Pero, ojo. Eso confrontaría inmediatamente con los cada vez más omnipresentes intereses de la llamada industria de defensa. Ésta, desde la llegada del Sr. Morenés a la cuarta planta del Paseo de la Castellana 109, se ha convertido en la única prioridad del Ministerio y, por tanto, en el gran rival de las FAS en el reparto de los recursos. Una percepción generalizada es que, a pesar de lo que diga el BOE, el MOD (Ministerio de Defensa) ha mutado en MID (Ministerio de Industria de Defensa). Las cosas tienen su propia lógica: el Sr. Ministro procede del sector “industrial” y a éste previsiblemente ha de retornar. Con el refuerzo de otro comerciante de armamentos, su tocayo el Sr. Argüelles, como Secretario de Estado de Defensa (SEDEF), se forja así el núcleo duro del MID. En la misma entrevista a ABC mencionada anteriormente, don Pedro Morenés señalaba la necesidad de levantar “un ente industrial consolidado” (…) que debería “tener la dimensión necesaria para competir con los grandes monstruos de la Defensa del mundo: Lockheed Martin (EEUU), Boeing (EEUU), BAE (Reino Unido), Thales (Francia) o EADS”. Como, obviamente, estoy a favor de los grandes proyectos realizables que pudieran ser buenos para mi país, he consultado esa cuestión con buenos expertos en el sector y, la verdad, se han llevado las manos a la cabeza. Porque pretender jugar en las grandes ligas como si fuéramos una potencia, cuando no tenemos ni para pagar la munición para adiestrar a nuestras unidades, parece de chiste. ¿No sería más sensato intentar simplemente jugar un papel en el espacio que nos corresponde? En España hay algunas empresas que saben y hacen bien muchas cosas como, por ejemplo, INDRA, GMV o SENER. Pero para que éstas puedan seguir mejorando todavía necesitan de apoyo. El tema —diría el sentido común— no es tanto de tamaño como de posicionarse donde somos buenos y competitivos, y así dejarse de quimeras que, al final, solo sirven para llenar los bolsillos de unos pocos e inocular la frustración en la mayoría. En ese orden de cosas, el mejor ejemplo de desastre lo tenemos con CASA que durante 50 años desarrolló y logró una posición de liderazgo en determinado tipo de aviones, medios y de transporte. A principios del XXI alguien decidió que la compañía tenía un problema de tamaño para competir internacionalmente. La “solución” fue vender la empresa a la multinacional EADS (que casualmente alimenta en España el lobby de una amplia y voraz “fauna agregada”). Y así nos quedamos sin industria, sin conocimiento y sin capacidad de decisión. En la misma época, por ejemplo, una de las principales competidoras de CASA era la brasileña EMBRAER. Ésta no se vendió y siguió teniendo el apoyo del estado. Hoy en día es líder mundial en su segmento de mercado.
Al calor de la perspectiva de una próxima salida de la crisis, el vil metal está bullendo. Es bien audible el tintineo. Hace solo tres meses, la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI) adquirió el paquete de acciones de Indra que poseía Bankia (20,1%) que, mira por donde, siempre sale en todos los “fregaos”. Se reforzaba así la posición del estado en la industria de defensa donde, por ejemplo, posee el 100% de Navantia. Vuelve a alimentarse así la idea —bastante irreal para muchos expertos— de una fusión, o acuerdo, o lo que sea, entre Navantia e Indra (¿e ISDEFE?). Este tipo de movimientos tan caros y poco imaginativos, no solo suponen una vuelta atrás en la historia de nuestra industria, sino que también ponen nuevamente de manifiesto la perversión de acudir al dinero público —el de todos—, para resolver problemas de los accionariados. Me queda la duda de si se habría actuado igual si no hubiera sido un banco (Bankia) el accionista “rescatado”.
Hoy me he extendido más de lo habitual. Me he tomado esa licencia para celebrar el segundo aniversario de la activación del blog. También de sus 329.000 visitas así como de la ingente cantidad de excelentes comentarios publicados en estos dos años. Además del compromiso adquirido con un comentarista, el tema es esencial ahora. Algunos están poniendo la llamada industria de defensa sobre unos raíles que no se sabe bien adónde pueden conducir, condicionando fuertemente el propio futuro de las FAS y la defensa nacional. La empanada del MID se está amasando (y falta un ingrediente, las FCSE, que no he incluido para no alargarme; otro día lo abordaré porque es bien interesante). Analizando y relacionando la actual proliferación de mesas redondas y conferencias auspiciadas por Defensa, con comparecencias y efervescentes declaraciones tanto de autoridades del MID como de “peces gordos” (exministros de defensa), así como de profesionales del sector industrial, se puede concluir que, entre unos y otros, están muñendo algo de volumen. Desde luego un buen ágape en términos presupuestarios y económicos. Siempre, no lo olvidemos, desde la tradicional impunidad personal en la gestión administrativa, si luego todo acaba en un costoso fiasco. No importa: en su caso, el estado saldrá al rescate. Con el dinero de ustedes y el mío, señor y señora contribuyentes.
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