Europa se encuentra en la situación bélica más grave que ha vivido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y los tambores de guerra suenan cada día, cada minuto, con más fuerza, desde la caída del régimen prosoviético en Ucrania con la huida de Yanukóvich, después de numerosas protestas, manifestaciones y decenas de muertos en las calles de Kiev y de la invasión de Crimea por tropas del Ejército ruso.
Si no fueran ya graves los sucesos de este fin de semana en el que fuerzas rusas sin identificar, han ocupado la península de Crimea, república autónoma de Ucrania, y los centros estratégicos del país, después de que más de tres mil militares se hayan pasado a las tropas rusas, Moscú ha amenazado este lunes con un “asalto militar” en Crimea , si las fuerzas ucranianas, las que aún quedan leales a Kiev, no se rinden antes de las cuatro de esta madrugada, hora española, ni la intervención del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ni los llamamientos de la OTAN y de la Unión Europea, ni la intervención del presidente norteamericano Barack Obama que el sábado habló hora y media por teléfono con Putin (ya se ve el resultado de esa larga conversación), ha hecho cambiar los planes de Putin sobre el futuro de un territorio para que forme parte de Rusia.
Para Moscú, a pesar de toda la movilización de la opinión pública europea, el destino de Ucrania es mucho más importante que para Bruselas, que ha contemplado la crisis que ha vivido el país como un simple fenómeno de incorporación a la UE del antiguo país clave de la Unión Soviética y como un país estratégico para la Alianza Atlántica.
Pero para Rusia es más, mucho más. De Ucrania dependen las ambiciones imperiales de Vladimir Putin y, puede ser que también, el futuro del régimen autoritario que ha construido en Rusia. Por lo tanto, el Kremlin es capaz de arriesgar mucho más para mantener su control sobre el ex satélite ucraniano, que Bruselas, o la propia Unión Europea. Para el nuevo zar soviético, el futuro de Ucrania y, sobre todo, el futuro de Crimea, el lugar privilegiado de descanso de los antiguos zares y de la élite del partido comunista soviético, convertida hoy en sede de la principal base militar rusa por la que paga un alquiler a Ucrania hasta el año 2047, es la prueba definitiva de su poder, y de sus intentos de devolver a Rusia su antiguo poder, su perdido esplendor y su papel fundamental en un mundo, donde en muchos aspectos ha sido desplazada por Estados Unidos, aunque haya conseguido avances estratégicos en Siria, y en Irán. El puerto crimeano de Sebastopol, donde se encuentra la estratégica y poderosa flota del Mar Negro, es vital para el poderío naval ruso no sólo en el Mediterráneo. Como tal, la base es de gran importancia porque Rusia buscar recuperar parte de su influencia global, que viene disminuyendo desde la desintegración del imperio soviético.
A pesar de todo el espionaje y los aparatos de escuchas de las poderosas agencias de espionaje norteamericanas, no deja de sorprender que, en plena revolución de la Plaza de la Independencia de Kiev, el secretario general de la OTAN Anders Fogh Rasmussen manifestase que “no tenemos ninguna información de que Rusia tenga planes de intervención militar en Ucrania”. Occidente no tenía la seguridad que de lo que preparaba Vladimir Putin y se despertaba sorprendida este fin de semana cuando tropas rusas sin identificar ocupaban en horas, el territorio de Crimea, sus principales aeropuertos, sus instituciones, y sus centros de poder, políticos, económicos y estratégicos. Mientras se montaban manifestaciones en Rusia de apoyo al ejército ruso, a Putin y a los rusos de Crimea.
El riesgo de secesión de las provincias pro-rusas y las imágenes de los blindados en la capital de Ucrania parecen haberles cogido de improviso como si fuese una pesadilla de la Historia, cuando Rusia transformó en provincia ucraniana en 1954, desplazando las fronteras que hace 60 años no tenían importancia. Sin embargo esa no es la cuestión, sino la credibilidad de la Rusia de Putin de ser ejemplo de fuerza de atracción para todas las repúblicas ex soviéticas que deberían reconstituirse bajo su ala protectora: ya no un zar, ni un secretario general del Partido, sino una especie de “emperador patronal”.
Hoy muchos medios en Europa hablan de la relación entre Vladimir Putin y el pasado en que nació, y al que de alguna forma quiere volver con alguna modificación importante, y sobre el que existen dos frases reveladoras: “El colapso de la Unión Soviética ha sido la mayor tragedia del siglo XX”, y “Quien quiere restaurar el comunismo no tiene cabeza, quien no lo añora no tiene corazón” No se necesita a Freud para descubrir que el modelo de Putin, es la autocracia depurada por el marxismo-leninismo.
Fuente . Republica