Mi amigo Julio, el jubilata de Telégrafos, me decía el viernes pasado, durante nuestro higiénico paseo matinal, que “si en España no hubiera tantísima corrupción, estaríamos en déficit, deuda y tal vez empleo mejor incluso que Alemania”. Yo, la verdad, pensé que exageraba un poco. Se le nota por días que esto de la corrupción le quema el alma. Se refería principalmente a la corrupción económica; no hablaba de la política porque esta última, aunque ambas estén ligadas, le preocupa menos. Lo cierto es que cada mañana uno se afeita con las noticias de nuevos casos de corrupción, o de nuevas informaciones sobre los casos que ya están en el juzgado. Y lo más tremendo es que, la mayoría de las veces o de los casos que se conocen, aparece alguien de campanillas (especialmente del mundo de la política). Se llame como se llame: Rato, Pujol y su “famiglia”, Acebes, Bárcenas, Urdangarín y señora, Griñán, etc, etc. Desde Gürtel a los ERE,s, desde vicepresidentes/ministros de varios gobiernos hasta concejales (mayormente de urbanismo). Alcanza a las tres administraciones públicas: nacional, autonómica y municipal así como a instituciones, partidos políticos, organizaciones empresariales y sindicales y qué sé más.
El caso de las tarjetas negras de Bankia, de conocimiento general, es un ejemplo paradigmático del lodazal en el que nos encontramos. Se calcula que hoy hay abiertas más de 1.600 causas por corrupción. Y claro, Julio, que de tonto tiene poco y de escéptico mucho, piensa que en esta españolísima cueva de Alí Babá hay muchísimos más de cuarenta ladrones. Añade que como aquí nunca se ve más que la punta del iceberg, los miles de millones de euros escamoteados, que la justicia va desvelando, indican una realidad superior que no verán nuestros ojitos pecadores. Él la evalúa en muchísimas decenas de miles de millones de euros robados a la economía y la hacienda de todos. Sí, es un poco la cuenta de la vieja, pero seguramente tiene más razón que un santo en esa comparación con Alemania, que el púa de Julio me hacía anteayer.
Edward Gibbon, en su obra cumbre, «The History of the Decline and Fall of the Roman Empire», asevera: «Corruption, the most infallible symptom of constitutional liberty” (para los de francés: “La corrupción es el más inequívoco síntoma de la libertad constitucional”). Suena un poco fuerte tal afirmación en la pluma de quien es reputado como uno de los historiadores más notables de todos los tiempos. Él sabría por qué lo decía. Yo creo que también. En todo caso, desde la referencia que nos presenta el historiador, es para echarse a temblar cuando se oye vocear, sacando pecho, que somos una democracia consolidada. Paradojas de la vida. Quizás lo que pasa es que el estado de corrupción generalizada percibida en la clase política, no sea solamente la consecuencia, en mera teoría “gibboniana”, de la libertad propiciada por la constitución, sino sobre todo de la falta de contrapesos que atajen los excesos que la libertad parece alentar.
Pero seamos claros. Lo más perturbador no es la corrupción per se, sino su impunidad. Retomando el mismo ejemplo de Bankia, lo más grave ―con serlo y mucho―, no reside solamente en no declarar y defraudar a Hacienda, sino en la existencia misma de unas rumbosas tarjetas, repartidas en “petit comité”, que se contabilizaban como errores o fallos informáticos. Y, encima, ahora que se ha desvelado el pastel, algunos pretenden dar a la justicia y a los ciudadanos gato por liebre. Ese zafarrancho poco tiene que ver con la ausencia de legislación. Porque en España, salvo error u omisión, hay más de 120.000 (¡ciento veinte mil!) leyes en vigor. El legislador parece haber contemplado todo. Todo menos, entre otros, la aplicación rigurosa de las leyes, una rápida administración de justicia, taparse unos a otros, poner al zorro de cuidador de las gallinas (los bancarios, como Dionis de chistera, robando a los bancos), fiscales que a veces parecen abogados defensores, o puertas giratorias y violación de incompatibilidades para cosechar lo previamente sembrado. Una gigantesca losa, en suma, que pesa sobre las espaldas de una ciudadanía que necesita y clama por el futuro mejor y más honesto al que tiene derecho.
Tal vez afortunadamente, parece que está creciendo aceleradamente la conciencia social sobre la corrupción. Se incrementa la tendencia de los ciudadanos a tratar de tomar directamente en sus manos las riendas de la política. Pero reconozco que no estoy seguro de la bondad de tal deriva. Porque, a solo siete meses de las municipales y autonómicas y a un año de las generales (salvo anticipación, lo que no es descartable), pudiera suceder que al final de 2015 nos encontrásemos con un inédito panorama de enorme fragmentación política, que trajera más pena que gloria. Ese hipotético escenario a un año vista, hace que en muchos partidos políticos esté cundiendo el pánico. Se habla de un pacto anticorrupción PP-PSOE, que se está muñendo a marchas forzadas para que vea la luz en forma de ley antes de final de este año. En mi opinión es un tardío intento de abordar el endurecimiento de la conciencia ciudadana frente al elevado nivel de corrupción económica en el seno de la política. No les va a resultar fácil a los partidos recuperar una credibilidad que está bajo mínimos hace ya tanto tiempo. Máxime cuando, como apuntaba antes, cada amanecer es un nuevo mazazo remachando el clavo de la corrupción. Además, uno se teme que no habrá cirugía. El riesgo de harakiri no les permite pasar de la mera cosmética. Veremos si llegan a acordar, por ejemplo, la destitución de un cargo cuando sea imputado, o listar los delitos que no podrán ser objeto de indulto, o limitar en el tiempo la permanencia en los cargos. Como dice mi amigo Julio, el jubilata de telégrafos: ¡Señor, qué cruz!
Fuente : Pitarch