Buena pregunta y mayor dilema, pero prefiero a adelantarme a que alguien me lo pregunte para disponer de suficiente tiempo como para efectuar una reflexión serena de tan espinoso asunto, que, sin duda es polémico. En el título de este artículo empleo, fundamentalmente, la palabra “debe” no como un sinónimo de conveniencia, sino de obligación. Ya veremos por qué.
Embarcarse en una aventura guerrera no es problema baladí, pues las derivaciones de un hecho tan grave siempre -sin excepción- acarrean complicaciones, casi siempre insospechadas, que obligan a los gobernantes, antes de adoptar una de las decisiones más difíciles y antipopulares a las que se deberán enfrentar en su vida, a realizar previamente una serie de análisis serios, fríos y profundos, de los pros y los contras. Pretendo, mediante estas líneas, razonar, desde el sentido común, si España debe, o no, intervenir militarmente en Siria contra el denominado DAESH.
Comenzaré recordando a Carl von Clausewitz cuando decía aquello de que, “la guerra no constituye simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento, una continuación de la actividad política, una realización de ésta por otros medios” y, por tanto, es el Ejército el que mantiene la política cuando fallan los procedimientos pacíficos. Francia, es decir, una parte de la “Europa Unida” a la que pertenecemos, ha sido atacada directamente por una organización armada que dice representar a un supuesto Estado Islámico en lo que se ha reconocido como un acto de guerra, planeado meticulosamente y ordenado por y desde ese supuesto Estado, enclavado como una enorme zarpa, en zonas colindantes de Irak y Siria.
Evidentemente, en este caso, han fallado todos los medios pacíficos y Francia responde de la única manera posible: con todas sus energías morales y materiales. No le cabe a Francia otra opción que la del empleo de sus fuerzas armadas y, de hecho, ya están actuando. Cuestionar esta reacción sería, no sólo una temeridad demagógica de un “buenismo” pueril, sino un paso hacia el suicidio. Si Francia -Europa para ser más precisos- no actuara, el enemigo tendría ya tendida una alfombra roja -de sangre- hasta cualquier ciudad de nuestra comunidad. Por tanto, aunque no es una decisión fácil, tampoco es voluntaria; resulta obligado actuar. ¿Pero cómo?, ¿dialogando? Esta no es una guerra convencional, donde se puede tratar de parlamentar con el atacante, con argumentos lógicos. ¡No!. Este nuevo enemigo está envuelto en un absoluto fanatismo; tan es así, que sus “combatientes” no dudan en suicidarse -jamás emplearé el manido término de “inmolarse”-. No sólo eso, sino que el modus operandi con que actúan los hace comportarse al límite extremo del terrorismo, donde sus objetivos prioritarios no son los soldados del bando atacado sino, pura y llanamente, la población civil, cualquier persona: usted, yo, nuestras familias, sin distinción de edad, sexo o condición. Su objetivo no es convencional, sino que consiste en destruirnos a nosotros, a nuestra sociedad, nuestra civilización, nuestro modo de vida, nuestras creencias, es decir y en resumen, todo. Además, son fanáticos pero no bobos. Ahora que los gobiernos han extremado la vigilancia, no creo que actúen; no, esperarán la próxima ocasión y golpearán de nuevo, una y otra vez, en los momentos más inesperados y en los lugares más concurridos.
Si estuviera usted en su casa y unos asaltantes (al azar, sin un motivo especial) llegaran y mataran a un miembro de su familia, jurando volver, ¿se quedaría cruzado de brazos hasta el próximo ataque, pensando cómo disuadirles de causarle nuevos daños o tomaría otro tipo de precauciones más realistas? Piense bien la respuesta porque ese es el quid de la cuestión. ¡Qué fácil resulta oponerse al uso de la fuerza, incluso en legítima defensa, por parte de esos colectivos progres, sin dar alternativa alguna que no sea esa vacua cantinela del “sentarse a reflexionar y/o a dialogar”! A nadie le gusta la guerra -bueno parece que al DAESH sí-. Nadie quiere ir o mandar a sus hijos a luchar en una guerra lejana, pero es que esta guerra, la tenemos ya aquí. Pues así es, nos guste o no. Valga este largo preámbulo para poner las cosas claras y en sus justos términos.
Las causas por las que un Estado decide entrar en guerra son varias: la primera y más evidente es la respuesta a un ataque directo; otra, la que se deriva de los compromisos o alianzas defensivas con un Estado atacado a demanda de éste. Ahora bien, también hay factores que influyen en esa decisión y que deben ser sopesados como, por ejemplo, las repercusiones, positivas o negativas, de un hecho tal. Así, intervenir en una guerra sin posibilidades de ganarla o, aún ganándola, hacerlo con una victoria pírrica, constituyen situaciones que deben ser consideradas, porque la realidad es que es casi imposible derrotar a un enemigo sin territorio fijo y sin líderes inamovibles ya que, destruido el DAESH, aparecería pronto otra organización que la sustituiría como el ISIS ha relevado a Al Qaeda.
¿En qué situación se encuentra España desde las perspectivas señaladas?
Primero, si bien España no ha resultado directamente atacada como lo ha sido Francia por el denominado DAESH, no cabe duda hoy de que se debe, en gran parte, a la acción de nuestros servicios de Inteligencia y Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que han abortado más de uno y de dos intentos. Además hay que añadir las declaraciones explícitas de los dirigentes islámicos radicales en relación con sus intenciones respecto a Al Andalus, por lo que una acción militar preventiva (que ya tampoco lo es en esencia) contra quien nos quiere arrasar sería completamente legítima; es decir: antes de que tú me ataques, lo hago yo y te quito la iniciativa.
Segundo, la pertenencia a organizaciones como la UE o la OTAN implica compromisos internacionales que no se pueden eludir, salvo que España quiera de nuevo, conforme a nuestra trayectoria secular -ya superada, espero- permanecer ajenos al devenir de Europa, tal como hizo en los dos últimos siglos. Y desde luego esa lejanía sigue siendo notable desde la perspectiva europea o norteamericana. Soy lector asiduo de la prensa francesa y anglosajona y les aseguro que pueden pasar días y semanas sin ver aparecer alguna noticia referente a nuestra nación.
Hoy, España debe definir la responsabilidad que corresponde a una nación que aspira -o debería aspirar- a estar en primera línea con los grandes Estados; y no sólo por la exigencia de cumplir con lo pactado, sino también por pura lógica de intereses; es decir, España, por su situación geográfica y por los previsibles riesgos o amenazas que pudiera tener que afrontar en un incierto futuro, podría verse abocada a demandar la ayuda internacional de quienes componen los citados pactos y, ¿cómo requerirla si en momentos en los que se demanda la nuestra no nos implicamos? Como vemos, la pregunta tiene más enjundia de lo que parecería a primera vista.
Hay quien mantiene dudas sobre los efectos que una hipotética intervención militar en Siria podrían tener a modo de represalia y, por lo tanto, son reacios a ella; no obstante, es necesario hacer ver a estos bien pensantes que ya no se trata de represalias, toda vez que los posibles ataques contra nuestro territorio ya están declarados, precedentes tenemos, y muy duros. A estos efectos, da igual que se intervenga militarmente o no. Ellos ya tienen la decisión tomada y no es negociable. ¿Hay algo que lo sea con semejantes energúmenos?
Intervenir militarmente junto a Francia, Rusia o Alemania no supondría además más que un gesto de compromiso, siquiera simbólico, ya que poco pueden aportar nuestras FAS a las de esos países militarmente muy superiores; no deja de sorprenderme la ligereza con la que algunas voces hablan de intervención militar española cuando llevan más de 30 años reduciéndolas hasta niveles paupérrimos. Algunos aviones, alguna fragata y poco más es lo que España podría dedicar a un conflicto como el presente.
De todo lo que he expuesto, cabe considerar que España sí que tiene que implicarse militarmente en la lucha contra el DAESH; ahora bien, sí coincido en que esta hipotética intervención debe ser fruto de una acción del Estado en su conjunto y no de la del gobierno de turno; requiere, por lo tanto, un consenso general, lo que implicaría que la izquierda española abandonará su pacifismo de oportunidad y pancarta y el sectarismo y rechazo permanentes ante cualquier compromiso militar español, algo que no veo fácil de lograr, ya que existe una determinada izquierda radical cuyos objetivos distan mucho de los intereses generales de España; más bien buscan destruirlos como sea. La amenaza del Islam extremista les trae sin cuidado e incluso, si llegara el caso, hasta unirían sus esfuerzos para lograr sus fines doctrinales.
Considero, por lo tanto, que a España no le queda más alternativa que apoyar a sus aliados europeos, aunque ya mencioné los escasos medios disponibles.
Cabe ahora preguntarse si el ataque al territorio del DAESH, incluso con la mejor selección de objetivos posible, lograría parar en un plazo razonable -un año por ejemplo- la serie de atentados indiscriminados que padecemos en Europa y otras zonas del mundo. Ahí, desgraciadamente, soy más escéptico pues tal y como se producen los atentados, no creo que sus autores y los cerebros que los deciden y ordenan residan necesariamente en su feudo; más bien pienso que unos y otros están diseminados por todo el planeta y, en especial, emboscados como personas “normales” en los diversos países que podrían constituir sus objetivos. Esto ya está más que demostrado. Por tanto, la posible intervención en territorio Sirio-iraquí sería, con independencia de los resultados tangibles conseguidos, más bien una demostración de fuerza con el objetivo de debilitar al pretendido Estado Islámico. La verdadera guerra, según pienso, habría que irla librando por otros medios menos convencionales, tal y como he apuntado que hacen ellos.
Se trata de que nuestras líneas de ataque, por emplear un símil geométrico, corten (intercepten) a las suyas, para neutralizarlas, en vez de que las “rectas de acción” aliadas sean paralelas a las que ellos lanzan contra nosotros, pero sin que ejerzan apenas efecto sobre ellas al no intersectarlas. ¿Cómo hacerlo?, pues aplicando todos los medios posibles de los diversos Servicios de Inteligencia de los aliados, con objeto de poder detectar y neutralizar a esos “lobos solitarios” que constituyen los vectores principales de ataque por parte del DAESH. Otra línea de acción, tal vez incluso más importante, y de tipo preventivo, consistiría en buscar y enervar sus medios de financiación, muchas veces -me temo- que con el apoyo velado de ciertos países teóricamente contrarios a esta interpretación extremista del Corán. También resultaría fundamental aplicar los medios de inteligencia para detectar y perseguir el mercado de armas, blanco o negro, que los abastece (algunas sorpresas íbamos a encontrar).
Naturalmente, habría que intervenir sus comunicaciones mediante los sofisticados sistemas electrónicos y de satélite de los que dispone Estados Unidos, por ejemplo. Una acción más novedosa, probablemente muy efectiva, consistiría en entrar en sus sistemas informáticos mediante un verdadero ejército de Hackers -lo que me consta que ya se está haciendo-. Ni que decir tiene que otra línea de acción consistiría en infiltrar agentes de espionaje entre sus filas, labor no sólo arriesgada en extremo, sino difícil de improvisar, pues hay que hacerlo despacio, con reposo, paciencia y pareciendo que estos agentes son captados por el enemigo; una labor tremendamente peligrosa, ya que el mínimo fallo o sospecha supondría la muerte, cruel entre las crueles, del espía descubierto. A estas actuaciones se añadiría un larguísimo etcétera, que sobrepasa la extensión de este ya largo artículo; en resumen y por ser claro, para ganar esta guerra hay que utilizar varias vías y procedimientos simultáneos, además de las líneas de ataque convencionales.
En definitiva, y a propósito del enunciado de este artículo:
¿Ha sido España atacada o es objetivo del islamismo radical? Sí
¿Debe España cumplir con la solidaridad internacional a la que se debe por los pactos en vigor o siquiera por el propio interés nacional en el futuro? Sí
¿La posible intervención militar española supondría un esfuerzo más allá de nuestras posibilidades?
No, toda vez que la limitación de nuestras capacidades militares – escasas- no permitiría una aportación notable sino tan sólo una presencia que no iría más allá de lo puramente simbólico. No hay capacidad para más.
Con independencia de todo lo expuesto en este artículo, con respecto de todas las acciones que los países occidentales puedan emprender para eliminar al DAESH, y movimientos sucesorios, es vital establecer diálogos con los países del Oriente Medio para implicarles de forma activa y explícita en la lucha contra este terrorismo, justificado erróneamente, en una interpretación salvaje del Corán. Sin su colaboración no creo que se pueda acabar jamás con esta lacra que tiñe de sangre el prometedor siglo XXI.
Fuente: Republica