Manuel Marlasca «Morir en Kabul»

El subinspector Jorge García Tudela (sobre estas líneas)  y el policía Isidro Gabino San Martín (más arriba)  murieron en un ataque talibán contra la embajada española en Kabul (Afganistán). Cuando un militar, un guardia civil o un policía eligen un destino como la capital afgana son plenamente conscientes del riesgo que corren y deciden libremente correrlo. Así que el subinspector y el policía fallecidos y sus familias sabían a lo que estaban expuestos.

Los dos eran agentes de dilatada trayectoria, tipos duros, acostumbrados a trabajos complicados y dedicados a servir a los demás. Lo que ni ellos ni sus familias podían imaginar es que con sus cadáveres aún calientes, el Gobierno del país por el que murieron decidiera convertirlos en “víctimas colaterales” de un ataque a no se sabe muy bien qué. La gestión de la información que hizo ayer el Gobierno sobre el atentado de Kabul fue un ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas. Recapitulemos.

Alrededor de cuatro horas después de iniciado el ataque en Kabul, el presidente del Gobierno manifestó a los medios que la embajada española no había sido el objetivo del atentado terrorista y que el policía que había sido evacuado no presentaba heridas de extrema gravedad. Además, añadió que el resto de los agentes habían “sido liberados”. No imagino, sino que sé bien el alivio que sintieron los compañeros y las familias de la decena de agentes destinados en Kabul. El error del presidente pudo deberse -prefiero pensar que sea así- a la confusión y a los errores de comunicación que hubo en esas primeras horas. Pese a ello, yo mismo estaba recibiendo informaciones desde Kabul que apuntaban a que la situación en esos momentos estaba lejos de controlarse, que seguían oyéndose disparos y que dentro del complejo de la embajada seguía habiendo terroristas. Minutos después llegó la noticia de la muerte de San Martín, que el propio presidente anunció. Durante muchas horas, hasta primeras horas de esta mañana, hubo un cerrojo informativo, hasta que se anunció la muerte del subinspector, que fue el primero en morir, según los testimonios de los policías que llegan desde Kabul. Fue la actuación de equipos especiales noruegos y norteamericanos lo que acabó con la resistencia de los terroristas, que estuvieron 12 horas disparando y lanzando granadas, mientras los policías españoles aguantaban refugiados en el búnker de la embajada.

El Gobierno ha intentado salvar los muebles con un retruécano difícil de tragar, según el cual, como han muerto policías españoles, ha sido un ataque contra España. Toda la información que llega desde Afganistán hace pensar que el atentado tuvo como objetivo desde el primer momento, la embajada de España: el coche bomba reventó la puerta del complejo y los terroristas entraron disparando a los agentes españoles. ¿Por qué negarlo? ¿Por qué convertir a los dos policías que fueron asesinados sirviendo a su país y propocionándonos seguridad a todos nosotros en víctimas colaterales? Igual que Isidro y Jorge eran conscientes del peligro que corrían en Kabul, un gobierno que mantiene una delegación diplomática en Kabul debe ser consciente de que es objetivo potencial de los talibanes. Debe ser consciente y transmitírselo sin complejos a su sociedad, que debe estar orgullosa de los que sirven en destinos como Kabul y dar las gracias por ello a los que allí se juegan la vida.

Isidro y Jorge deben ser tratados como héroes, como servidores que llevaron hasta las últimas consecuencias la vocación de servicio que tienen todos los policías. Pero todos los que han pasado por misiones como la de Kabul también deben tener el mismo tratamiento y el atentado ha dejado ver las costuras y las miserias de lo que ocurre realmente allí.

La embajada atacada está en un barrio alejado de la green zone de Kabul, de la zona más segura, donde, por cierto, sí está la residencia del embajador. La casa de huéspedes junto a la embajada tiene una altura superior al complejo de la embajada, así que bastaba con que alguien tomara una posición en la azotea de ese edifcio, como ocurrió ayer, para tener a tiro a todo lo que se moviese en la delegación española. La puerta del complejo era un portón de chapa con apertura a distancia, pero el motor llevaba meses estropeado y los agentes que entraban allí tenían que empujar la puerta con la espalda mientras portaban su arma en posición de disparo. No parece que nadie se tomase muy en serio la seguridad del edificio, que había sido cuestionada por agentes que habían pasado por allí.

Desde el verano de 2012, agentes de las UIP, el GOES o de cualquier otra unidad que estuviesen dispuestos a aceptar las nuevas condiciones sustituyeron al GEO en Kabul. Los agentes de la unidad táctica de la Policía mejor adiestrada y mejor armada protestaron por sus condiciones económicas y laborales en Afganistán y el Ejecutivo decidió sustituirlos por otros policías. Un curso de una semana -que actualmente dura dos semanas- en las instalaciones del GEO en Guadalajara es toda la preparación que llevan los policías desplazados a uno de los lugares más peligrosos del mundo. Pese a prestar servicio allí, donde el riesgo es evidente, los que vuelven ni siquiera son reconocidos con una cruz al mérito policial con distintivo blanco -que no conlleva remuneración-, algo que me hace avergonzarme al pensar que yo, sin más mérito que contar historias, tengo una cruz blanca.

Nadie debe utilizar políticamente la muerte de estos dos héroes, pero el Gobierno bajo cuya bandera murieron, no puede esconder la cabeza, sino que debe decir sin complejos que los dos policías fallecieron defendiendo la libertad y la seguridad que nos quieren robar los mismos que mataron a 192 personas en Madrid en 2004, entre ellos al subinspector Javier Torronteras, al que también algunos mal nacidos quisieron presentar como una víctima colateral de una conspiración. Honremos a nuestros héroes en Kabul, en Madrid y allí donde se dejen la vida.

Fuente: La pringue