Rafael Davila «¡¡¡ABUELO, NO ESTÁ LA PRINCESA!!!»

Ayer fue el Acto Central del Día de las Fuerzas Armadas. Estuvo presidido por SM el Rey Felipe VI.

El Rey emérito, Juan Carlos I, Capitán General en la Reserva, no asistió. Hubiésemos querido verle allí.

Es la breve crónica en telegrama. Pero no termina aquí el texto telegráfico. He tenido que hacer de tripas corazón para escribir el final.juancarlos-padre-hijo

Ayer fue un día radiante de luz madrileña, la que envidia el mundo, captó Velázquez y envolvió a Martín Rico y a Sorolla. Una luz que desde los rincones de El Prado parecía salir a la calle iluminando la Plaza de la Lealtad filtrándose entre las copas del castizo madroño, que ya se apoya en muletas, su extraño vecino el ginkgo, los arces y los castaños de indias. También la luz de una llama permanente se empeñaba en lucir más que el Sol. Iluminaba la grandeza de la Patria, los restos del soldado desconocido, ese que todos deberíamos conocer, el que cae en el frente y luego se olvida, el que sin nombre construye lo que otros disfrutamos. Una llama que un día se apagó a principios de los noventa al cortarse el suministro de gas por falta de pago del Ministerio de Defensa. No haré comentarios. Es otro el tema que hoy me ocupa y preocupa.

La Plaza de la Lealtad guarda el «Honor a todos los que dieron su vida por España». Nunca debe apagarse.

Ningún sitio mejor para celebrar el Día de las Fuerzas Armadas.

Ayer, tras el reclamo de la Patria, íbamos abuelo y nietos, nueve y diez años, a encontrarnos con el Rey y sus soldados, con España.

Habíamos salido temprano de casa; desfilando, o eso parecía por el solemne rito que nos habíamos marcado para aquel acto. Yo iba vestido con el uniforme del 5º Tercio de la Legión, Tercio de de la Nostalgia, creado por el General Coloma y al que acabo de alistarme, mis nietos vestían el uniforme del Tercio de la Esperanza, ese que no tiene número ni edad.

Al llegar a la Plaza de la Lealtad, todavía temprano, ya se percibía el rumor del Acto Castrense y los uniformes competían entre ellos en los ojos e imaginación de mis nietos. Tierra, Armada, Aire y Guardia Civil… y la Bandera.

– ¡Abuelo, la Bandera!

Sí, la Bandera, nuestra Bandera, con el abanderado de mirada infinita que la venera y guarda como la razón de su vida.

La actitud de mis nietos se hace seria, notan que están ante algo que debe serlo todo. Les gusta pasar por delante y saludar, firmes delante de ella, inclinando la cabeza.

– ¿Abuelo podemos saludar otra vez a la Bandera?

Miran al abanderado y creo que un escalofrío de patria recorre por primera vez sus cuerpos de niños.

Plaza de la Lealtad, les hablo del cumplimiento que exige la ley de la fidelidad, ser hombre de honor, hombría de bien. Lo entienden ¡Vaya si lo entienden! No defraudar a tu amigo, a tu compañero, hacer las cosas bien, aunque cuesten esfuerzo, luego las valoras más. No querer ser el mejor pero sí ser lo mejor que cada uno puede ser. Y les hablo de honor, cumplir con lo que debes hacer, en lo tuyo y en lo que debes hacer por los demás. De reojo miran de nuevo a la Bandera que parece devolverles la mirada; y la miran porque intuyen que allí deben estar todas esas cosas que les cuento.

– Sí, mirad la Bandera, eso que os cuento está en ella. Los soldados y todos los españoles están en esa Bandera representados. Vosotros sois un trozo de ella y por eso dan su vida los soldados. También nosotros con nuestro esfuerzo y sacrificio debemos contribuir a su defensa y grandeza.

¡Vaya si lo entienden!

– ¡Abuelo qué ya lo sabemos! Nosotros vamos a jurar Bandera y a ser soldados.

– Yo de Tierra, legionario, como tú abuelo.

– Yo voy a ser piloto de guerra.

Todo está en su sitio. Van a llegar los Reyes.

Aprovecho el momento para contarles que su bisabuelo, el General Dávila, presentó al Príncipe de Asturias, hoy Rey de España, como soldado de honor del Regimiento de Infantería Inmemorial del Rey.

Al ver a mi hijo soldado, pienso en España y pienso en su futuro. En ese futuro en paz, en orden y en progreso.

– Tenía nueve años, como vosotros ahora.

– ¿Iba de uniforme, abuelo?

– De uniforme de soldado de Infantería. Es una tradición familiar que supongo que también hará la Princesa de Asturias, Doña Leonor.

Les cuento que un día Doña Leonor, Princesa de Asturias, primogénita de los Reyes, será Mando Supremo y Capitán General de los Ejércitos. Les cuento con la atención que siguió el desfile el pasado 12 de octubre. La gracia que le hizo ver desfilar a la Legión con su cabra. También miraba mucho a los aviones.

Buscan mis nietos aviones por el cielo azul de Madrid. Solo vuelan vencejos e ilusiones.descarga

– ¿Abuelo para ser Rey hay que ser militar?

– ¿La Princesa será soldado?

– ¿Y qué uniforme llevará?

– ¿Y mandará en todos? ¿Y tendrá que ir a la guerra?

– ¿Y…?

“¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines…”.

Mis nietos quieren ver a la Princesa de Asturias. Lo de ser militar y mandar en todos los soldados les ha llamado mucho la atención.

Mis nietos de puntillas buscan a la Princesa de Asturias, su Capitán General, su heroína del Día de las Fuerzas Armadas.

No está.

Suena el toque de Oración.

… No supieron morir de otra manera.

Caídos por la Patria. Madres,Viudas, huérfanos, familias rotas, misiones de paz… guerra. Es duro ser soldado, mandar soldados y mirarles cara a cara.

No quisieron servir a otra Bandera,

No quisieron andar otro camino,

No supieron morir de otra manera

– ¡Abuelo no está la Princesa!

– ¡¡¡Abuelo!!!… no está la Princesa… ¿No decías…?

No tengo respuesta… Ese ejército que ves vago al yelo y al calor.

imagesNo tengo respuesta. Alguien debe tenerla guardada con el mismo derecho que deber tiene de contarla.

Cuando lo hombres actúan como niños los niños nunca llegan a ser hombres.

Ya pasa el cortejo.

Señala el abuelo los héroes al niño.

Fuente: Blog