Cuando ocurren tantas cosas casi al unísono, como ha sucedido últimamente, no halla uno por dónde comenzar a cortar para ofrecerle al lector una pieza razonablemente estructurada, sobre todo si lo acontecido no presagia nada bueno. En estos casos, la ortodoxia aconseja comenzar por el principio; sin embargo, no es dable precisar cuál fue el inicio de la serie de eventos que caldearon los ánimos y tensaron el ambiente a tal punto que el ministro de defensa tuvo que difundir un pronunciamiento tan sí pero no, que ni siquiera mediante un proceso de desambiguación logró distender el enrarecido clima que precedió a la instalación de la nueva legislatura; mas, para tranquilidad general, se pasó del suspenso al anticlímax , sin solución de continuidad, al aparecer en el hemiciclo capitolino un diputado rojillo que, durante sus 15 minutos de fama, trató penosamente de poner orden en lo que parecía una pea monumental – ¿si sufría de trastornos cognitivos, como arguyeron sus compinches, por qué carajo lo pusieron a hacer el ridículo? –; y, a pesar de no ser ésta la primera cuenta del rosario, bien vale como obertura.
El tragicómico farfullo del referido congresista y el derroche de consignas devenidas en ruidos insignificantes por parte de su bancada (el Cantinflas de Si yo fuera diputado se agiganta en nuestra memoria) ilustran por qué a los periodistas se les impedía cubrir la fuente parlamentaria y explican que estemos cómo estamos; daba alipori escucharles chacharear sin argumentos, y estimo que la Unidad Democrática debe disculpas a Pastrana por haberle sometido a esa deplorable ordalía.
Lo anterior supone un desvío del itinerario que nos habíamos propuesto recorrer a partir de una pregunta que, en su último artículo del año pasado, formula Carlos Blanco: “¿Se han puesto a pensar que la victoria opositora del 6-D tal vez fue aún mayor que la de 112 diputados?”. Esta interrogante, sustentada en las actuaciones de las señoras que gestionan el CNE como si fuese una empresa subsidiaria del gobierno, viene a cuento porque el ominoso dictamen con que la sala electoral del TSJ puso en jaque la incorporación a la asamblea de los diputados del estado Amazonas podría conducir a la anulación y repetición de las elecciones en esa entidad, en cuyo caso, aunque el gobierno gane tiempo tratado de escapar tangencialmente del control parlamentario sufrirá una paliza mayor que la antecedente y tendrá un diputado menos, lo que parece importarle un bledo.
La duda sembrada por Blanco tiene que ver, también, con cierta rumorología de botiquín que anuncia y amplifica ruidos de sables sin precisar de dónde vienen y hacia dónde van, derivada quizá de las enigmáticas palabras del ratificado Padrino –“Si algo nos enseñó el comandante Hugo Chávez fue a respetar y defender nuestra Constitución: Dentro de ella todo, fuera de ella nada. La FANB es profundamente bolivariana y revolucionaria”–; y, como enero es proclive a los sobresaltos, no está demás prestar atención a tales aprensiones y precisar que, en Venezuela, desde 1958, ninguna alzamiento armado ha tenido éxito y, la más de las veces, terminaron en inútiles derramamientos de sangre a costa del pagapeos habitual, el pueblo que pone los muertos. De Castro León a Carmona, pasando naturalmente por Chávez, las conspiraciones y asonadas con que se ha intentado quebrantar el orden constitucional podrían servir de alimento a la versión corregida y aumentada de la Breve historia de la incompetencia militar (Stupid wars: a citizen’s guide to botched putsches, failed coups, inane invasions, and ridiculous revolutions, 2008), ensayo en el que Ed Strosser y Michael Prince pasan revista con buena dosis de humor a los chascos que, desde el imperio romano a la guerra de Las Malvinas, explican por qué Clemanceau consideraba la guerra asunto demasiado serio para delegarla en militares. Los milicos enquistados en el poder, sin dar señales de saber de qué se trata, ¿podrán evitar la hambruna que vaticinan estudiosos de nuestra situación? ¿Y qué decir de las guerras imaginarias, como la “económica” que libra sanchopancescamente el sucesor para ocultar su incompetencia política y sobre la que volvió a machacar durante la juramentación del no muy flamante gabinete de crisis?
Felipe González, al precisar que “Maduro ha devaluado tanto la moneda como la figura del Libertador que le da su nombre”, concluye que el gobierno tendrá que optar entre del default o el rescate chino. Así las cosas, la nación pone sus ojos en el nuevo congreso. Éste debe recoger el guante de la arrogante provocación que le arrojó Maduro y definir mecanismos para decirle hasta aquí llegaste, Nicolás, no te vistas que no vas, y el ciudadano sienta que su lucha tiene sentido. Para eso los elegimos, señores diputados; no nos defrauden.
Fuente: El Nacional