Pedro Pitarch «Respetar los símbolos»

Ayer por la mañana saltó el chispazo que dio origen a este post. Uno de los cables surgió de la discusión del post anterior. Un comentarista megacabal señalaba la falta de compostura mostrada por el presidente del gobierno, Sr. Rajoy, así como sus acompañantes civiles, con ocasión de actos o visitas a instalaciones militares. El comentario dio entrada y derivó a otros sobre el escaso respeto que suscita entre la población en general, tanto el himno nacional como la bandera de España. También trajo a la memoria la supresión en La Zarzuela, hace seis meses, de los hasta entonces cotidianos actos de izado y arriado de bandera así como del toque de oración (asunto tratado en el post “DESDE CERIÑOLA” el 30 de noviembre de 2014 . El otro cable del cortocircuito se hizo presente mientras veía en directo vía satélite, en el “Perviy Kanal” (la primera cadena de la televisión rusa), la grandiosa parada militar en la Plaza Roja de Moscú celebrando, ayer sábado, el 70 aniversario de la Victoria en la II Guerra Mundial (“un coñazo de desfile”, diría don Maguianó). La precisión, el colorido, el cuidado de los más mínimos detalles, la emoción en la gente, el volumen de fuerza, en definitiva todo, me llevaron por un momento al odioso ejercicio de la comparación. Impresionante fue la revista a las tropas hecha por quien debía hacerlo, a pesar de estar presente en la ceremonia el jefe del estado, Sr. Putin. La fuerza fue revistada por un militar, un general de ejército, Serguéi Shoigú, que desempeña ahora el cargo de ministro de defensa ruso.

El chisporroteo del corto me llevó más lejos. Me hizo recordar el artículo de fondo “Honores militares» que publiqué en la Tercera de ABC del 18 de junio de 2010. Tal artículo sigue en vigor en lo esencial, a pesar de los cinco años transcurridos desde su aparición, así como que ahora estemos en otra legislatura y con un gobierno de signo bien distinto al que había entonces. Viene a colación para debatir sobre actos, honores militares y respeto a los símbolos nacionales. A continuación, un extracto del artículo:

“(…) Ortega nos enseña que «cierta dosis de anacronismo es connatural a la política». Lo que ya no parece tan lógico es la utilización de las Fuerzas Armadas como arma política arrojadiza en beneficio de una posición particular. Afirmar, tal y como reza en el acta del pleno del Senado del pasado 8 de junio, que tanto los tres cuarteles generales (Tierra, Armada y Aire) como la vicaría castrense (sic) «han acordado con el Gobierno el nuevo Reglamento de honores» es hacer a los correspondientes jefes de estado mayor y al arzobispo castrense co-responsables del follón organizado por ese reglamento, así como de sus desatinos (…) Si las consideraciones remitidas a Defensa por los cuarteles generales y el arzobispado castrense no respondieran a lo que se lee en el diario de sesiones del Senado (cosa que convendría clarificar), estaríamos ante una verdad a medias, que ya se sabe lo que es. (Nota del bloguero: si bien se había enviado el borrador a los cuatro organismos citados para comentarios, comprobé que se hizo caso omiso de las consideraciones que formularon. En resumen: mentira cochina del ministerio de defensa, por escrito en sede parlamentaria sobre ese “acuerdo de los cuatro organismos mencionados con el Gobierno”). El espectador piensa que, en cualquiera de ambos casos, no es de recibo (dicho sea con el debido respeto) escudarse en los tres jefes de estado mayor y en el arzobispo castrense para apuntalar la propia posición durante un rifirrafe partidista en sede parlamentaria: eso es, lisa y llanamente, politizarlos. Y la Historia enseña que politizar a los Ejércitos así como abusar gratuitamente del sentido de la disciplina de los uniformados no son buenos caminos para nada (…).

La decapitación del Título VIII del anterior reglamento de honores, de 1984, donde se regulaban los «honores especiales», entre los que figuraban los dedicados al Santísimo Sacramento, no causa mayor escándalo en este espectador. Otra cosa son las razones para evitar la incorporación de la Bandera de España —que es símbolo de la Patria y de su unidad—, o la interpretación del Himno Nacional, en celebraciones de gran raigambre popular (Toledo, Burgos y lo que ha de venir). Aducir que la composición de una fuerza con voluntarios le hace perder la condición de unidad sería una sandez. Por el contrario, esa voluntariedad potencia el valor de las unidades que, como por ejemplo sucede en Bailén el 19 de julio en los últimos doscientos años, participan en unos actos de profundo y gratificante significado patriótico español. Además, el supuesto impedimento de la voluntariedad impediría a unas Fuerzas Armadas profesionales —donde todos somos voluntarios— generar unidad alguna. ¿Por qué tal desaire a los militares obligándoles a organizar una unidad de nivel compañía, con gastadores, banda y música a la que se prohíbe interpretar el Himno Nacional, lo que en su lugar debe hacer, por ejemplo, un grupo de dulzaineros? Con el nuevo reglamento, se ha inventado la «externalización melódica» (vaya pitorreo). ¿Puede existir, en tradicionales eventos populares y patrióticos, mayor sinrazón que sea el Himno Nacional la única marcha que no está permitido interpretar a una música militar? En todo ello no se adivina más ganancia que, tal vez, la satisfacción de un revanchismo ideológico en unos o del capricho en otros.

La banalización de los honores tiene múltiples ejemplos en el nuevo reglamento. Por señalar solo uno, el más genérico reproche es que al socaire de la inclusión de nuevas figuras acreedoras a honores militares, como la muy coherente de S.A.R. la Princesa de Asturias, se abre la puerta a una nueva pléyade de autoridades civiles. Entre ellas, los delegados del gobierno y los directores generales de Defensa, para los que el nuevo reglamento prevé que sean recibidos con la formación de un piquete en sus primeras visitas a cualquier unidad de las FAS. Peculiaridad que, sin embargo, no se ha considerado para los oficiales generales. Curiosamente, el reglamento desmonta de ese «privilegio» a los delegados del gobierno por lo que se refiere a la Guardia Civil, sobre la que, sin embargo, ejercen funciones directivas en sus respectivas circunscripciones territoriales. Esto habla a favor de la seriedad y el rigor normativo del Ministerio del Interior. Ya solo los ejemplos expuestos, resumen de toda una lista, configuran al nuevo reglamento de honores militares como la penúltima perla del cada vez más desmadejado teatro español de Defensa. Aquél, además de deficiente, es una torpeza muy inoportuna. Parece como si alguien tuviera prisa en copiar el «atado y bien atado». Confiemos en que esta joya tenga el rápido final que tuvo aquel apotegma. En todo caso, el presente y los preocupantes retos del próximo futuro hacen urgente abordar un rearme moral de cuadros, tropa y marinería que, es claro, no puede venir más que de los responsables de los dos Ejércitos y la Armada. El desánimo no debe ser la norma en el seno de la gran fuerza legal de la Nación. La calidad moral de las tropas afecta directamente a la defensa nacional y no aconseja ni abandonarse a la lógica del refranero, pensando que no hay mal que cien años dure, ni confiar en que el temporal amaine «per se». Porque entregarse al azar no es mandar. Si «la tontería es la planta que mejor se desarrolla» como afirma Azaña, últimamente algunas parcelas de Defensa parecen fértiles vergeles. Pero, Señor, ¡qué larga se está haciendo esta legislatura! “.

Uno piensa que si desde el propio Estado se banalizan el respeto, los honores y los ritos que se deben guardar a los signos supremos de la Nación, ¿cómo extrañarse que el ciudadano tienda a pasar de esto también? Hay dos factores, además, que apoyan esa malsana deriva. Uno es que no exista, ya desde el colegio, una educación general en el respeto a nuestros símbolos nacionales. Por no hablar de la enseñanza contraria a ellos que se dan en ciertas CC AA. El otro es la bien errada idea de algunos que eso de la bandera y el himno nacional es cosa exclusiva de los militares. Las criaturas pretender ignorar que la Bandera es símbolo de la Patria y de su unidad. Lo de la unidad parece dolerles especialmente. Por eso, en ciertos pagos, tratan de sustituir la Bandera por otras que nada o muy poco representan. Porque las banderas de las CC AA ―conviene no olvidarlo― representan a éstas en tanto y cuanto sean constitucionales y exhibidas con arreglo a los protocolos y normas previstos en las leyes. En otro caso, criaturas, no pasan de ser entrañables trapos de colores.

Fuente : Pitarch