A tus ordenes, cariño mio

Carlos Villalón y Sandra Lupiáñez son una pareja algo especial. Están casados, pero antes de conocerse cada uno ya se había comprometido con España, concretamente con el Ejército del Aire. Carlos y Sandra, melillense y granadina, residen actualmente en Granada y trabajan en la base aérea de Armilla. Un destino que él tiene asignado desde 2004 y ella desde 2007, año en el que se conocieron, hasta que en el 2009 se casaron.

Para ellos, ser pareja y trabajar en la base aérea es algo completamente normal. «Es como si trabajaras en un supermercado, empiezas a hablar y ves que encajas», dice Sandra. Ella es cabo y mecánico, por lo que arregla y revisa junto con otros compañeros los helicópteros de la base aérea. Carlos es comandante y piloto, y se encarga de conducir los helicópteros que su mujer ha revisado y arreglado con anterioridad. De esta manera trabajan juntos, aunque no pueden hacerlo revueltos. La normativa impide que familiares de primer y segundo grado trabajen muy cerca y que dependa uno de otro. «No podemos trabajar juntos. Podemos coincidir dentro de la unidad, pero no estar en la misma estructura orgánica. Podemos estar en el mismo árbol, pero no en la misma rama», dice Carlos.
Aún así, los dos son parte de la Patrulla Aspa, una ‘familia’ que desde 2003 tiene la misión de enseñar a los nuevos pilotos el oficio de volar, ya sea para un vuelo estándar, de rescate, e incluso acrobático. Los helicópteros de la unidad, los ‘Colibrí’, son famosos por su maniobrabilidad y su ligereza, con una mecánica que Sandra, como sus compañeros, conoce con exactitud. «Es complicado, pero una vez adquieres los conocimientos, se hace y ya está», reconoce la cabo. Carlos, como los demás pilotos, maneja con destreza los aparatos, revisados hasta el último detalle.
Comparten trabajo y vocación, pero todo queda en la base aérea. Carlos y Sandra aseguran que no se llevan el trabajo a casa. «Se comentan cosas, pero el trabajo no trasciende a la vida doméstica, solemos desconectar muy bien», dice ella. La diferencia de rangos tampoco es algo que se traslade a la vida marital. «No se nota, e incluso es al revés», bromea él, y ella añade «en casa la relación es totalmente normal, como en todas las familias».
A pesar de llevar casados tres años y residir en el mismo lugar, las obligaciones mandan y van por delante. Carlos va a tener que hacer las maletas y marcharse a Madrid tras haber sido ascendido a comandante. «Esto de cambiar de destino es intrínseco a la profesión, eso se sabe al entrar, y además, mi ‘matrimonio’ con el Ejército es anterior al que tengo con ella», bromea Carlos. Cambiar de destino es algo asumido y positivo en la vida castrense. «Este oficio lleva aparejado el movimiento siempre, es raro el que se queda muchos años en un mismo lugar», admite Sandra. Por ahora, admiten que tendrán que mantener la relación a distancia, ya que aún no saben «las carambolas» que todavía se pueden producir con los destinos de cada uno.
Fuente: Ideal