Fernando Ramos «El discurso del Rey en la Pascua Militar, mero rito sin entrar a fondo en los temas de Estado»

Francamente, no sé por qué tanto politólogos y periodistas se sorprenden de que, tanto en el discurso de Nochebuena, como en el subsiguiente de la Pascua Militar, el Rey haga otra cosa que cubrir el ritual, sin entrar realmente a fondo de los asuntos más próximos y espinosos con la claridad y el empeño de un verdadero discurso político. Lo que dice está bien y no se le puede pedir más. Tampoco es un discurso del Gobierno, como suelen ser cuando hablan oficialmente otros jefes de Estado monárquicos. Este año el “leit motiv” fue el terrorismo yidahista. Está bien. Juega en casa.

Conviene recordar que, desde que Cánovas se sacó de la manga para Alfonso XII (hijo natural de Enrique Puigoltó, oficial del Arma de Ingenieros) el invento de “Rey soldado” (se trataba de que los espadones coetáneos lo tuvieran por uno de los suyos y le juraran fidelidad personal) hemos perseverado en determinadas confusiones constitucionales, esperemos que felizmente superadas, cuando los militares no distinguen entre la jefatura simbólica de los ejércitos que ejerce el monarca y la responsabilidad de dirigir el “Ramo de la Guerra”, que corresponde al Gobierno. El acto del 6 de enero no es un lugar para cosa distinta de lo habitual: felicitación a los militares, repaso discreto a sus necesidades, alusión a los problemas a los que se enfrentan y poco más. ¡La que se hubiera armado si el Rey alude a que una de las misiones esenciales de los ejércitos es defender el espacio de la propia soberanía de la nación. Es algo evidente, llegado el caso, pero en España, por lo que se ve ya no. Incluso quieren que no figure en la Constitución (Art. 8).

Pero hay otros detalles de matiz: En nuestros días, cuando el Rey se dirige a los militares como “compañeros” y sólo a ellos, pero no cuando habla a otros servidores públicos del Estado, hay algo que ya no suena bien. Se reserva este tratamiento corporativo solamente a los que visten uniforme estableciendo un apartado funcional que, si bien se comprende, dada la propia naturaleza del acto, pareciera que el Rey es sobre todo un militar y que su espacio natural de relación con la sociedad se enmarca en este hecho.  Por eso mismo debería haber acudido de atuendo civil a un acto civil como fue su proclamación ante las Cortes, no ante los Ejércitos.

Aunque francamente, creo que ya no puede haber militares, cuya mentalidad, “como compañeros del Rey” aliente la confesión de lo que sentían muchos profesionales de la milicia en tiempos pasados: Tras el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, el general Juste, jefe de la División Acorazada “Brunete”, pieza esencial en aquel suceso, interrogado por los hechos y su actitud, tras hablar con la Zarzuela, dijo sin inmutarse que si, en lugar de replegarse, el Rey le hubiera ordenado seguir adelante y apoyar el golpe, no hubiera tenido el menor escrúpulo constitucional.

Yo espero y confío que los militares tengan claro que su primer deber de lealtad es con la nación española en su conjunto, y con los representantes y el Gobierno. Pero hay preguntas que sigue sin respuesta: ¿Por qué el Rey es y qué alcance tiene su condición de jefe supremo de los Ejércitos, cuando carece de responsabilidad personal, sus actos válidos jurídicamente deben ser refrendados por un ministro, y es el Gobierno, quien según la Constitución dirige la política de defensa?  ¿Distinguimos lo simbólico de lo real, en realidad? ¿Se entiende bien el carácter de la jefatura que ostenta? ¿Se tiene claro que el Rey no es un poder, sino una institución y que la soberanía –por lo tanto el único Soberano- es el pueblo español, “del que emanan todos los poderes del Estado” (C.E. Art. 1.2).

Como subraya Torres del Moral, los mensajes que en ocasiones lanzó Juan Carlos I a los militares no siempre concordaron con lo que se esperaba en la prudencia propia de un Rey constitucional, que sabe que la soberanía reside en el conjunto de los ciudadanos y no en su persona. El 6 de enero de 1983, con motivo de la Pascua Militar, Juan Carlos dijo: “Porque la institución monárquica no depende ni puede depender de unas elecciones, de un referéndum, de una votación. Su utilidad se deriva de que está asentada en el plebiscito de la historia, en el sufragio universal de los siglos”.

Torres del Moral advirtió que así sería, acaso, en otras monarquías, no en la monarquía parlamentaria que instaura la Constitución española. “Por lo demás, en el plebiscito de la historia, en el sufragio universal de los siglos, se encuentra abundante material para todas las tesis posibles, sin que falten monarquías que han caído precisamente por unas elecciones o por un referendo”.

Y no hay que olvidar que ese referéndum sigue siendo para muchos españoles una cuestión pendiente que inevitablemente habrá que abordar en el tiempo histórico adecuado y oportuno. Y los “compañeros” del Rey tendrán que acatar la voluntad que entonces expresen los españoles en primer tiempo de saludo.

Fuente: Mundiario