James J. Angleton, uno de los principales responsables de la contrainteligencia norteamericana durante buena parte de la Guerra Fría, utilizó el término “desierto de espejos” para describir la manipulación del KGB soviético sobre sus homólogos norteamericanos. Varias décadas después la metáfora de Angleton continúa siendo aplicable al mundo de la inteligencia estratégica en general; y, en particular, a la confusión creciente que rodea al caso de las escuchas de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA).
La complejidad comienza en el origen de la propia filtración, cosa que algunos tienden a obviar con asombrosa inocencia. No deja de ser desconcertante que Edward Snowden afirme por un lado: “Cuando te das cuenta de que el mundo que ayudaste a crear va a ser peor para la próxima generación y para las siguientes, y que se extienden las capacidades de esta arquitectura de opresión, comprendes que es necesario aceptar cualquier riesgo sin importar las consecuencias”. Y que, por otro, sea huésped de un régimen con notables déficits democráticos (Rusia tiene un 6 en derechos políticos y un 5 en libertades civiles -donde 1 es el valor máximo y 7 el mínimo- según el último índice anual de Freedom House). Quizás esta situación se excuse por razones de fuerza mayor, pero en cualquier caso hay que aceptar dos hechos: que el mismo Snoedwn pone en tela de juicio su coherencia y que la hospitalidad de Moscú no es lógicamente gratuita.
Con esto no quiero decir que Snowden ya fuera un topo de los rusos cuando trabajaba en la CIA y en la NSA. No lo creo. Sin embargo, las contradicciones internas del personaje son un motivo para tomar con cautela la exactitud y fiabilidad de sus informaciones. En ese mismo sentido, la peculiar cadencia de las filtraciones de Snowden y el hecho de que estén sembrando discordia entre Estados Unidos y sus aliados europeos (y con otros países de interés para Washington, como por ejemplo Brasil) puede pertenecer al curso natural de los acontecimientos, pero también puede deberse el asesoramiento de los servicios de inteligencia rusos. Es improbable que éstos se limiten a ser meros observadores.
Y la complejidad del asunto aumenta también al acumularse las declaraciones oficiales de los responsables políticos, las acusaciones de espionaje de algunos gobiernos europeos y los reproches de complicidad de sus contrapartes norteamericanos: un panorama que no va a ayudar en absoluto a esclarecer la realidad de los hechos.
En cualquier caso, a raíz de toda esta cuestión hay dos consideraciones que merece la pena resaltar.
Primero. La importancia de la contrainteligencia electrónica tanto a ámbito público (gobiernos y administraciones particularmente sensibles) como en el ámbito de las empresas, sobre todo de aquellas compañías que son punteras en I+D y de aquellas otras que compiten en concursos internacionales millonarios. No es un secreto que los servicios de inteligencia de la República Popular China son agresivos en materia de espionaje económico, como tampoco sería de extrañar que los servicios de inteligencia de nuestros aliados traten de obtener informaciones que den ventaja a las grandes empresas de sus respectivos países. Nos guste o no, este tipo de prácticas son coherentes con la teoría realista de las relaciones internacionales: a pesar de nuestra participación en múltiples foros internacionales (ONU, UE, OTAN, OSCE y otros muchos), España está en último término en el bando de España. Y lo mismo cabe decir respectivamente del resto de nuestros amigos y aliados.
Por ello, conforme se extienda el modelo económico basado en la sociedad de la información, se incremente el peso de las exportaciones y ganen protagonismo exterior las grandes empresas españolas –algo que ya está sucediendo– mayor será la demanda de servicios de seguridad y contrainteligencia electrónica proporcionados por el propio Estado y por compañías –a ser posible también nacionales- especializadas en dicho sector.
Segunda consideración. La indignación del ciudadano medio por las escuchas electrónicas de la NSA es comprensible pero tiene buenas dosis de esquizofrenia. Me explico: los miles de millones de llamadas telefónicas, correos electrónicos, conversaciones de chat y otras comunicaciones que cada día emiten los ciudadanos norteamericanos y europeos suponen un volumen inmenso de paja que oculta la proporción ínfima de mensajes que realmente interesan a la inteligencia norteamericana (y a la de otros países). De ahí que su procesamiento se delegue en máquinas con sistemas de búsqueda y traducción altamente sofisticados.
Sin embargo, todos los días esos mismos ciudadanos europeos y norteamericanos envían información personal a través de servicios de correo electrónico gratuitos, de redes sociales y de buscadores de internet, permitiéndoles acceso total a sus datos y, en algunos casos, cediéndoles la propiedad intelectual de sus fotos. Y, a diferencia de la NSA, las compañías privadas que prestan esos servicios sí que están verdaderamente interesadas en conocer las características personales, los gustos, las aficiones y las relaciones humanas de esos ciudadanos en absoluto anónimos. La consecuencia de ese regalo de información íntima no es sólo una publicidad más personalizada. ¿Alguien ha pensado en el valor económico que tiene el historial de Tuenti o de Facebook del candidato a un puesto de alta dirección? (por poner sólo un ejemplo). De acuerdo, es un coste que muchos están dispuestos a pagar a cambio de la gratuidad de los servicios y del acceso al mundo social virtual. Pero reconozcamos que esta contradicción no deja de ser llamativa.
Fuente: GESI