LA DAMA Y EL DIPLOMÁTICO

PitarchSin ánimo de ofender a nadie me permito traer a colación un chascarrillo que oí en Bruselas, a finales de los 80, cuando empecé a trabajar de pleno en asuntos internacionales. El chiste comparaba el lenguaje diplomático con el de (algunas) damas. Explicaba que cuando un diplomático dice sí significa quizás; cuando dice quizás, es que no; y cuando directamente dice no, no es un diplomático. La dama, por el contrario, cuando dice no, significa quizás; cuando dice quizás, es que sí; y cuando directamente dice sí, no es una dama.

En estos días de tanto lío internacional, en la comparación entre Rusia por un lado, y los EE UU/UE por el otro, resulta difícil determinar claramente quién es quién. Quién va de diplomático y quién de dama. Porque por acción o por omisión ambas partes han venido actuando tanto de uno como de otra, en función del momento y del lugar. Podría incluso afirmarse que, en algún momento, ambos se han vestido simultáneamente con las galas de dama y de diplomático. ¿No creen?

La clave está en el “quizás”. Desde hace años, en Occidente se venía acariciando, en el nivel del “quizás” diplomático, con la posibilidad de la entrada de Ucrania en la OTAN y/o en la UE. Y Rusia observaba ese flirteo, también instalada en el “quizás”, pero en el papel de dama. Y así, lo que inicialmente parecería un no en Occidente, era un sí en Rusia. Esa visión tan dispar y tan amenazante para los intereses de seguridad rusos, se agrandó cuando cristalizó sobre el terreno la revolución del Maidán, que acabó con el gobierno pro-ruso de Yanukovich y la instalación de un gobierno “de aluvión” en Kiev, de signo contrario al derribado.
Alcanzado ese punto, Rusia mutó de dama a diplomático. Y también dijo “quizás”; es decir que no. Que por ahí no pasaba. Y, a río revuelto, al zar Putin —reputado pescador en aguas turbias— le regalaron en bandeja una crisis que él podía gestionar, con misma maestría que exhibió en el caso sirio. Y, en un suspiro, Rusia se tragó Crimea, devolviendo esta península a su regazo, del que había sido arrancada por Nikita Kruschev en 1954. A Occidente no le quedó otra opción que enfundarse el vestido de dama y emitir un forzado “quizás” que, de tal guisa, era un sí a la solución fáctica de lo de Crimea.

Solo entonces, en Occidente empezamos a palparnos los bolsillos. Y vimos que estaban vacíos. Sin estrategia a la que recurrir, la libertad de acción había caído del lado ruso. Y así se mantienen las cosas. Los problemas que originaron la crisis no se han resuelto una vez cerrado el reingreso de Crimea en Rusia. Aprisa y corriendo se montó el pasado Jueves Santo una reunión a cuatro en Ginebra. Estrellas: EE UU y Rusia; actores invitados: UE y Ucrania. Al final llegaron a un acuerdo.

En una crisis, es siempre bueno que los principales actores se reúnan para hablar. Mientras se habla, se aleja la inminencia del conflicto armado. Un conflicto que, en este caso, nadie serio desea. El problema ahora es implementar aquel acuerdo. Porque lo difícil es lograr el acuerdo interno entre las distintas formaciones políticas de Ucrania. Además, las “milicias” de todo signo campan por sus respetos en ese país, y me temo que son difícilmente “embutibles” en cualquiera de los dos trajes, ni en el de dama ni en el de diplomático. En todo caso, lo que la reunión de Ginebra ha evidenciado es que en el tablero de la seguridad europea solo cuentan EE UU y Rusia. Bien que los movimientos de pequeñas unidades militares en uno y otro lado no dejen de ser más que una parte del rito, mayormente para consumo interno. Los demás somos comparsas o meros espectadores. Claro que, de momento, las unidades rusas se mueven en territorio ruso, mientras que no puede decirse lo mismo de las norteamericanas.

Duele especialmente, en todo caso, la irrelevancia de la UE, que siendo la primera potencia económica mundial, así como la mayor potencia comercial del globo terráqueo, tenga sin embargo tan liviana capacidad de interlocución en un asunto tan vital para la seguridad europea. A pesar de los 22 años transcurridos desde la creación (Tratado de Maastricht) de la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC), en la Unión Europea no se puede hablar ni de defensa, ni de política de defensa, ni de estrategia actualizada, ni de nada que se parezca. Y así nos va. El próximo miércoles 23 (pasado mañana), en el Parlamento de Canarias tendré (D.m.) la ocasión de explayarme «en vivo» sobre esto.

Fuente : Pitarch