Desde que comencé la batalla de dar a conocer todo lo que sucede en el mundo militar, incluso mucho antes –cuando me debatía entre hacerlo o no–, supe que no habría victoria, que nunca la hay, que la vida es un juego en el que siempre ganan los poderosos. Esta aventura tuvo siempre mucho de suicidio, de kamikaze, de hartazgo, de indignación, de niño pequeño al que le enseñan en su colegio que vive en un país democrático, pero crece y se da cuenta que su país es una dictadura elegida cada cuatro años en el que imperan –y hasta se idolatran– los comportamientos corruptos y mafiosos.
Supuse que iba a ser mensajero –aunque pensé que nadie me escucharía– y que la cabeza de éste –la mía– siempre, o casi siempre, termina por rodar cuando las noticias que porta no son las deseadas –la campaña de desprestigio en ámbitos periodísticos, políticos y otros ha sido, es y será brutal e infame–. Quiero aclarar que este mensajero va a seguir y que poco o nada le importa su cabeza, ni ser despedido, ni desprestigiado, ni apaleado, ni acosado, ni terminar en el paro o tirado de una esquina. Hago lo que creo que tengo que hacer y afrontaré lo que venga de la mejor manera posible –con una sonrisa si puedo–. Lo importante es el mensaje y ello nada tiene que ver con el mensajero, aunque todos conocemos el destino final de la mayoría de los whistleblowers. Siento confirmar, aunque le pese a más de uno, que matar al mensajero no modifica el mensaje.
En nuestro mundo casi todos somos conocedores de lo que sucede –hasta el instructor del expediente disciplinario fue incapaz de sancionarme por “aseveraciones falsas”–, pero denunciar o incumplir una orden es firmar una sentencia de muerte, es encararte con los lobos. Reflexionando al respecto, los que no sean militares se preguntarán cómo puede ser posible que no hubiese un mando que se negase a embarcar junto con sus compañeros en el famoso Yak-42 cuando se habían producido más de catorce quejas al respecto antes del accidente y hasta una pregunta parlamentaria. Si eso hubiese sucedido, si no hubiese habido Yak-42, ese hombre habría salvado la vida de más de sesenta militares pero no habría sido ningún héroe: habría sido perseguido, acosado y expulsado por el sistema por generarle un problema.
La institución no entiende de legislación, de derechos humanos ni de sentido común, entiende de órdenes. Y las órdenes se cumplen. Como aquellos a los que ordenaron meter los trozos de carne de nuestros compañeros fallecidos en Turquía en el fatal accidente. Les dijeron “meted los cuerpos rápido que tenemos prisa” y cumplieron. Dio lo mismo que aquello se convirtiese en una lotería, en un mezquino reparto de carne, porque una orden es una orden. Y aquellos que no las cumplen son cobardes o traidores y los que las cumplen encuentran protección en el sistema hasta en el castigo –los golpistas acabaron viviendo en las cárceles como reyes–.
En definitiva, en el Ejército es casi imposible incumplir una orden u oponerte al sistema y si lo haces acabas como una pelota de ping-pong de un sitio a otro. Te conviertes en un problema. Y al que habla se le criminaliza y persigue, se ejemplifica con él para que nadie más tenga tentaciones. Se le crucifica en la vía principal para que todos lo vean.
Estos días ha habido altos mandos que en privado me han apoyado y dado la razón de cuanto afirmo, pero es necesario que den la cara de forma pública. Sé que hay muchos altos mandos honrados que no se han llevado un céntimo a su casa, pero eso no es suficiente. La inacción los convierte en cómplices o cooperadores necesarios. No es suficiente mirar a otro lado, transigir, cesar o trasladar a aquellos altos oficiales que comenten aberraciones pensando que es la mejor forma de no perjudicar la imagen de las Fuerzas Armadas, porque cada vez que eso sucede la situación empeora más. No nos damos cuenta, pero es un aliciente para que otros muchos lo hagan de nuevo. Si las consecuencias de malversar, robar, acosar, abusar de la autoridad, etc., son un cese, un traslado o el pase a la reserva, lo que se está haciendo es invitar a los delincuentes a delinquir. Y estos están en todos los sitios (no sólo en las Fuerzas Armadas), pero la diferencia entre unas instituciones y otras es la persecución que se hace sobre ellos.
En nuestra institución campan a sus anchas a partir de un cierto empleo y son aplastados por la Justicia si pertenecen a los rangos más bajos. Esto debe cambiar. Muchos ciudadanos me dicen que lo que sucede en las Fuerzas Armadas es lo mismo que en la sociedad, pero tengo que decir que hay una enorme diferencia. En la sociedad los jueces gozan de una cierta independencia –ya sé que hay un intenso debate al respecto– y el ministerio fiscal es lo que es, pero en las Fuerzas Armadas la independencia es inexistente. Es como si los jueces y fiscales fuesen afiliados de los partidos políticos y estos les pudieran cesar, expulsar, trasladar, etc. ¿Se imagina alguien lo que habría sucedido con semejante justicia en casos como los de Bárcenas, Nóos o los ERE? Eso es, se habrían cerrado de inmediato. Exactamente igual que en las Fuerzas Armadas. Exactamente igual que en una dictadura.
El delincuente debe ir a la cárcel sea cual sea su rango, no a su casa a cobrar una pensión como les sucede a los altos mandos militares que delinquen. ¿Cuántos altos mandos han ingresado en cárceles militares o establecimientos disciplinarios en los últimos veinticinco años por corrupción (precisamente en los años negros de la España corrupta)? La respuesta a esta pregunta desnuda por completo a la justicia militar y a todas las Fuerzas Armadas, salvo que alguien piense que los altos mandos militares son seres celestiales o santos –tampoco son demonios–. Esa respuesta es la que nunca dará el ministerio, como nunca hará una auditoria. No la hará porque sabe que lo que se puede encontrar es lo mismo que ha encontrado en la base del Ejército del Aire en Getafe; no la hará porque es mejor silenciar la voz molesta que reformar una institución que amenaza colapso, es mejor que el problema lo resuelva el siguiente o el otro o… Por eso mismo prefieren permitir el acoso de una brillante y valiente jueza en lugar de premiarla, condecorarla, distinguirla y defenderla. El ministro y Su Majestad el Rey deberían recibir a esta jueza, igual que a la maltratada capitán Zaida y enviar así un mensaje inconfundible a los mezquinos: “Señores, esto se ha terminado”.
La mayoría de militares tenemos una conciencia que protesta, que se rebela. Que nadie piense que somos felices con lo que vivimos –incluso muchos altos mandos–. Ahora tenemos que convertir esa protesta en hechos: necesitamos una fiscalización real, una justicia externa impartida por civiles, unas auditorías realizadas por Hacienda, una Guardia Civil desmilitarizada, una estructura racional en la que no haya más jefes que indios y unos soldados que sean militares de carrera y no reclutas encubiertos. Necesitamos un Ejército moderno.
Este blog pretende ser la voz de los muchos militares que quieren que todo lo que viven a su alrededor cambie y que tienen miedo a expresarlo, que saben que si lo hacen de forma pública sufrirán las terribles consecuencias de las persecuciones, pero que no quieren seguir en connivencia con el sistema porque eso es lo mismo que formar parte de él.
Este blog también es el del disparate, el de nuestro queridísimo Gila, el de nuestra España, el de hoy. Es el blog del submarino S-80, que no flota pero le ha costado a la ciudadanía más de 2.100 millones de euros –sin ningún responsable, sin ninguna dimisión– y que, ahora resulta, tienen que alargar siete metros –lo que nos costará más millones de euros–. También es el blog de la tragedia: el de los suicidios de uniformados que nadie cuenta, el de los cazas Eurofighter que se caen –sólo en España–, el de los soldados españoles muertos por negligencias, el de los soldados abandonados con deficiencias físicas o problemas psicológicos como si fuesen perros, el de los soldados humillados y tratados como reclutas cuando deberían ser militares de carrera…
Fuente: Publico
Este blog es “Un paso al frente” y ahora, si quieren, que me encierren, me corten la lengua y las manos, me desprestigien o me fusilen si lo desean…