Pedro Pitarch «MAL EMPEZAMOS: CATALUÑA, NÓOS, REFUGIADOS…»

Qué mala pinta tiene 2016. Lo avanzaba —y creo que todavía me quedé corto— en mi artículo “Feliz Año…Malo”, publicado el 1 de enero en el diario “Confidencial Andaluz” ( http://www.confidencialandaluz.com/feliz-ano-malo/ ). De entre los múltiples temas que merecerían ser tratados bajo ese título, reflejaré en este texto (de la serie d.t.u.p.) solamente tres. Por obvias razones de espacio solo los podré dejar apuntados confiando que, en el debate posterior, los lectores me ayuden a desarrollarlos.

Ayer Mas, al anunciar el acuerdo JxS-CUP para que hoy se invistiera a un candidato, que no lo era, como nuevo presidente de la Generalidad, afirmaba que “lo que las urnas no nos dieron se ha tenido que corregir a través de la negociación”. Todo un alarde de fraude democrático y totalitarismo. ¿Puede darse mayor chulería y desvergüenza”? El pacto alcanzado entre los dirigentes de la CUP (organización que paradójicamente presume de asamblearia) y los de JxS no podrá ser recordado como un acto de limpieza democrática, aparte de ser de dudosa validez desde el punto de vista procedimental. Su elaboración ha sido una exhibición de artimañas, argucias y trapacerías. Una pirueta de mala ingeniería parlamentaria creativa, en la que la CUP, después de desnudar a Mas, en el último momento se tirado por la ventana. En la sesión de investidura, los de la CUP acaban de votar a favor del sorprendente candidato. Puigdemont ha sido investido. A partir de ahora, dos diputados de los anti-todo se “agregarán” a JxS y el resto renuncian a su labor de oposición. Un pan como unas tortas, oigan. Una burla a sus votantes. Un estacazo al parlamentarismo. Una institucionalización del transfuguismo. Y cuántas más fraudulentas aplicaciones. En resumen, con la investidura de Carles Puigdemont como nuevo presidente de la Generalidad, el parlamento catalán ha entronizado la política corrupta. Y con esos dudosos mimbres, con la mayoría de la población en contra —como mostró el recuento de votos del 27-S—, y sobre la base de una resolución del parlamento catalán anulada el 2 de diciembre pasado por el Tribunal Constitucional, los independentistas pretenden imponer su “procés”, para romper la Nación y el Estado en un plazo máximo de 18 meses. Parece de chiste, pero ese es, en definitiva, el envite.

Para responderlo, vienen a cuento algunos párrafos del artículo de urgencia, “Vodevil Catalán”, que ayer firmaba en «Confidencial Andaluz” (http://www.confidencialandaluz.com/vodevil-catalan/ ): ¿Sería mucho esperar un responsable ejercicio de cordura en Madrid? Parece urgente y necesario que, a nivel nacional, se planteara un Pacto por España, que diera paso a un Ejecutivo de amplia base parlamentaria que afrontara solventemente aquellos retos. Un Gobierno con la necesaria fortaleza política para, en cumplimiento de la Constitución y las leyes, poder emplear sin restricción alguna los recursos y palancas a su alcance para hacer cumplir la ley y, en su caso, atajar la potencial rebeldía de la nueva Generalidad contra la Nación y el Estado de los que forma parte. Tales instrumentos serían, por ejemplo, la intervención de la Comunidad Autónoma prevista en el artículo 155 de la Constitución, la declaración de estados de alarma/excepción/sitio del 116, o el uso de la fuerza, que incluye alternativa o simultáneamente la de los mossos, la de las FCSE y la militar como último recurso.

Uno, que en el fondo es un poco ingenuo, esperaría que, en tal coyuntura, los objetivos nacionales —tanto de estado como de sentido común— primasen sobre los partidistas. Y desde esa referencia desearía que la gente más cabal del PSOE, con la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, a la cabeza, hiciera el esfuerzo de convicción interna y el sacrificio externo que posibilitara la formación de un gobierno en Madrid de fuerte base parlamentaria. Porque, en definitiva, el destino del “procés” no depende solamente de lo que suceda en Cataluña; va a depender fundamentalmente de lo que pase en el eje Madrid-Sevilla”.

El segundo tema es el caso Nóos, bien conocido por todos. Mañana, por fin, en Palma de Mallorca se abrirá la vista oral por el desvío de fondos públicos a las empresas de Iñaki Urdangarín, casado con la Infanta Cristina. Un escándalo, y a la vez espectáculo,
de singulares proporciones. No tanto por la cuantía monetaria en juego, sino por su incidencia directa sobre el prestigio de la Corona. Soy de los que opinan que este escándalo fue el detonante definitivo de la abdicación del Rey Juan Carlos I. Asimismo creo que fue la causa inmediata y paulatina de un profundo bache de desafección hacia la Monarquía. Bache que, bajo la batuta de don Felipe VI, se está tratando de superar sin, de momento, espectaculares resultados. Mañana, la imagen y/o el relato de la Infanta en el banquillo dará la vuelta al mundo. Eso no va a ayudar precisamente a la salida del bache. Tampoco lo hará la exposición y análisis en vivo, durante el medio año que durará la vista, de los trapicheos, “movidas”, mensajes de correo electrónico y demás pruebas y detalles contenidos en las muchas decenas de miles de folios que acumula el caso. Y, no digamos, si aparecieran durante la vista —lo que no es descartable— nuevas pruebas y detalles escabrosos relativos al caso. Sería la no deseada guinda del pastel.

Y el tercer tema anunciado se refiere a las agresiones a mujeres y los disturbios con los que en muchas ciudades europeas se recibió el nuevo año. Un grave asunto que me temo va a tener un largo recorrido. Para no extenderme demasiado, el caso de Colonia —ampliamente reflejado en los medios— resume apretadamente el asunto. Seguramente, la arista más visible y afilada sea la atribución a refugiados, solicitantes de asilo e inmigrantes sin papeles de la autoría de las agresiones, que se dieron en esa ciudad alemana en la primera noche del año 2016. La indignación en Alemania y en el resto de Europa está subiendo de tono. Simultáneamente, se profundiza el debate interno y la división social sobre el problema de los refugiados. En mi opinión, esto es síntoma del creciente descontento en los distintos países europeos por las políticas de inmigración y de acogida de refugiados o, si quiere, por la ausencia de ellas. De continuarse por esa senda, se llegará inevitablemente a la creación y potenciación de grupos ultras, y al renacimiento de ideologías xenófobas y excluyentes que pongan en cuestión el propio proyecto europeo de integración política. Y en ese horizonte, uno se pregunta por el cómo y el por qué han de seguirse asimilando los centenares de miles de personas, que ahora mismo se están desplazando desde Siria, Afganistán, Irak, Pakistán y tantos otros sitios con la pretensión de instalarse, sí o sí, en nuestro continente.

En conclusión, mi recomendación: ponerse el casco, observar cuerpo a tierra y prepararse para ir a por todas. Ustedes dirán.

Fuente: Blog