Pedro Pitarch «PODEMISMO»

No se le pueden  negar a don Pablo Iglesias sus dotes de agitador. Es lo que está haciendo, agitar, mirando (como todos) a las generales del 20D. En su caso se trataría de frenar la caida libre en la que se encuentra la intención de voto a Podemos. Para un partido populista que, en consecuencia, encuentra en el “tumulto” su mejor ambiente, el presentar a los medios al “futuro ministro de defensa” tiene su puntito. Qué bombardeo en tertulias, editoriales y artículos. Y no digamos en las redes sociales donde se oyen o leen demasiados improperios. Está claro que a vísceras no hay quien nos gane. Bien que posiblemente el líder de Podemos se ha pasado de populista, y le crezcan los enanos dentro de su partido. Vaya, eso que se dice: en el pecado lleva la penitencia. Personalmente, en estos días pasados, me he visto solicitado o instado por medios, en redes sociales, en correos electrónicos o incluso en esta misma página, para saltar al ruedo y dar mi opinión sobre el rutilante fichaje “ministerial” de don Pablo. En todos los casos, me he resistido a la tentación de entrar al trapo, porque al no tener nada bueno que decir prefería callar. Y, aún así, ha habido un par de reconocidos soplagaitas, un civil y un militar, que han criticado mi discreción. Si en algún momento me tirase al ruedo de lo personal sería en frío, a fondo y con papeles de mi archivo.
El tema del populismo era algo que tenía pendiente desde hace tiempo. Como saben los asiduos, no hablé aquí del fenómeno Podemos hasta hace muy poco. El podeismo nunca me ha parecido importante: incluso en Rusia hace tiempo que no votan a los comunistas. El populismo no es un fenómeno nuevo. Es una formula supuestamente “redentora de los humildes”, que últimamente ha hecho malgastar mucha tinta. No son pocos los que opinan que es una enfermedad del sistema democrático. Aunque estoy de acuerdo solo a medias. En mi opinión, es más un síntoma que una enfermedad; la reacción frente a un tinglado político corroido por la corrupción y una clase dirigente muy desacreditada. Promocionado por la crisis, el populismo ha encontrado un cierto caldo de cultivo en España. No sé lo que opinará el lector, pero aunque lo politicamente correcto es decir que el pueblo no se equivoca nunca, tal afirmación es cuestionable. Porque muchas veces votamos más con el corazón que con la cabeza; más en contra que a favor de alguien o de algo.
La política es, entre otras cosas, el afecto que el poder siente por sí mismo. Por eso, los autocomplacientes mensajes triunfalistas, oportunamente difundidos y combinados con buena dosis de “tumulto” mediático tienen su atractivo. Pero difícilmente alcanzan un recorrido apreciable. Por lo que, a pesar de los golpes de efecto o los supuestamente rutilantes fichajes trucados de Podemos, me temo que tienen un alcance muy limitado. Tanto por la melodía como por los intérpretes. Ya queda poco tiempo para el cierre de candidaturas, así que deben darse prisa si pretenden fichar a un obispo o un torero de tronío; mi admirado Antonio Burgos me dice que les falta también “una tonadillera, un guitarrista y uno que salga mucho en el Hola”. Pienso que una opción política antisistémica y sin mensaje creible no puede suscitar masa crítica suficiente para ir muy lejos. El “cabreo” ciudadano y la política asamblearia dificilmente determinarán el poder político en la España del siglo XXI.
Los tinglados populistas que se encaramaron en algunos ayuntamientos emblemáticos en las elecciones del pasado mayo (de los que el eje municipal Barcelona-Valencia-Madrid-Cádiz sería un ejemplo paradigmático), son vacunas para las siguientes citas electorales. Ya tuvo esa lectura el fatal resultado obtenido por “Sí que es pot” —coalición electoral de Podemos con los comunistas de solera—, en las autonómicas catalanas del pasado 27S. Esa coalición obtuvo dos diputados menos que los que alcanzó en solitario ICV-EUiA en 2012. El propio señor Iglesias calificó tal resultado como “altamente decepcionante”. Sugiero a don Pablo encontrar un nuevo término, para expresar la todavía mayor decepción que previsiblemente experimentará el 20D. El recorrido de Podemos alcanzó su techo en las municipales del pasado mayo y, en las generales del 20D, toca, como mucho, darse con un canto en los dientes si superase el 10% de los votos. Y “poyaque” me he lanzado a la piscina de las predicciones, haré otra a más largo plazo. Apostaría que la alcaldesa de Madrid, doña Manuela Carmena, tirará la toalla antes del final de su mandato en las elecciones de 2019. El auténtico poder no se genera por decir que «podemos», sino por la capacidad para cambiar la realidad por la fuerza de las actitudes. Y ahí los podemitas están haciendo “bacarrá”.
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